“Es miércoles por la mañana, acabamos de repartir la comida en la cubierta del Geo Barents. Está sonando música, y los más jóvenes bailan, lloran y cantan sin parar.
Cantan desde el corazón: ‘Yendo hacia delante con los ojos cerrados…, lejos de mi país, lejos de mi país’.
Están celebrando las buenas noticias: nos acaban de dar permiso para desembarcar en el puerto. Un lugar donde podrán empezar el próximo capítulo de sus vidas. Un lugar donde se sientan seguros.
Incertidumbre prolongada
El gobierno está obligado a dejar entrar cualquier barco de rescate y dejar desembarcar a los pasajeros. Pero últimamente ha habido muchos retrasos, lo que ha provocado que muchas personas se tengan que quedar a bordo durante días, exhaustos, llenos de estrés e incertidumbre.
¿Por qué no hay puertos seguros para todas las personas que vienen de estar rescatadas de un bote?
Estamos todos muy emocionados. No me avergüenza llorar celebrando este momento. Estoy aliviada y feliz.
Preguntas sin respuestas
Pero sigo triste y frustrada.
¿Por qué les han robado la juventud a estos jóvenes?
¿Por qué les han forzado a dejar sus casas y a arriesgar sus vidas en el Mediterráneo metidos en botes?
¿Por qué vivimos en un mundo donde normalizamos que haya personas arriesgando su vida y la de sus hijos porque aún no han perdido la esperanza?
¿Por qué los puertos no son seguros para las personas que han sido rescatados de botes?
¿Por qué nos cuesta tanto celebrar la llegada de vecinos, compañeros y amigos?
En conflicto
Conozco el horror del proceso de registración, las audiencias judiciales, la eterna espera que les queda por delante… es difícil no sentir frustración sabiendo que la situación que les espera a todas estas personas de mi alrededor no será fácil.
Si todo fuera un poquito más fácil, ahora estaría disfrutando de este momento de felicidad después de pasar una semana de mucho trabajo.
Una nueva perdida
Una mujer en la cubierta celebra las buenas noticias. Empieza a aplaudir a cantar y a bailar incluso antes de que se haya acabado la traducción. No les hace falta un altavoz para animar la fiesta.
A la vez, florecen otras emociones. Los niños pequeños corren a abrazarme. ¿Soy yo o la alegría se mezcla con el miedo a lo desconocido y la tristeza de dejar este lugar dónde ya se sienten seguros?
Hay muchos niños no acompañados, son demasiado mayores para jugar con los pequeños y, sobre todo, demasiado jóvenes para cruzar mares y desiertos.
Se pasan el día en shock, me dicen ‘Queremos quedarnos aquí contigo, ¿nos podemos quedar en el barco por favor?’.
El impensable «y si…»
Estos últimos días me he pasado la mayor parte del tiempo intentando hacer que las mujeres y los niños se sientan como en casa. Jugamos a cartas, pintamos, hacemos origami… Separo a los niños cuando se pelean y los llevo a dormir cuando sus madres ya están cansadas.
Cuando hay un momento de silencio, que no pasa a menudo, la pregunta ‘¿cómo es posible?’ se repite en mi cabeza. Estoy rodeada de bebes, niños y niñas llenos de secretos, historias imaginarias, sonrisas y sueños.
Muchos habrían perdido su vida en el mar si no los hubiéramos recogido de su viaje. Otros hubieran sido retenidos en los centros de detención de Libia, sin saber si podrían volver a escapar.