Por Yotibel Moreno, trabajadora de Médicos Sin Fronteras en Venezuela.
Roiber tiene 11 años y vive con su madre y con su hermana en Los Valles del Tuy, en el Estado Miranda (Venezuela). Está estudiando sexto grado y cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de la escuela, me responde que si hay algo en lo que es verdaderamente bueno es en las matemáticas. Desde hace un año practica fútbol, pero su verdadera pasión es el karate, deporte en el que ya tiene el cinturón marrón. Su madre es ama de casa, le lleva al colegio por las mañanas y, cuando puede, limpia casas para ganar algo de dinero. Su padre vive en Ciudad Caribia, en las afueras de Caracas, y tiene una línea de moto taxis que opera en aquella zona.
El 18 de enero, mientras visitaba a su padre durante el fin de semana, Roiber escuchó una discusión entre dos hombres. Oyó disparos a lo lejos, corrió a ver qué pasaba y, de pronto, recibió una bala que le atravesó la cabeza. Se desplomó. Su padre, ayudado de un compañero, lo llevó en moto y en muy mal estado al Hospital Vargas de Caracas, uno de los más grandes de la capital y hasta hace no mucho tiempo uno de los centros médicos de referencia del país.
La unidad de terapia intensiva del Hospital Vargas tiene capacidad para 15 camas, pero a principios de este año solo una de ellas seguía siendo funcional. Una de las razones era la falta de ventiladores mecánicos operativos. “Esta situación limitaba el número de personas que podíamos tener hospitalizados. Muchos pacientes de urgencias se quedaban sin poder recibir terapia intensiva”, me dice el doctor Argenis Portillo, jefe de Terapia Intensiva y subdirector del hospital. Sin embargo, Roiber estaba de suerte: justo dos días antes del incidente que casi le cuesta la vida, Médicos Sin Fronteras (MSF) había devuelto a la dirección del hospital nueve ventiladores mecánicos que habían reparado, lo que permitía que se pudiese aumentar la capacidad de atención médica en la sala de cuidados intensivos.
Roiber ingresaba a las 7:40 en emergencias con un deterioro neurológico crítico. El hospital contaba en aquel momento con la presencia de un neurocirujano, un anestesiólogo y los equipos de soporte ventilatorio. Una vez realizada intervención quirúrgica, Roiber pasó a la unidad de cuidados intensivos, donde le pusieron un apoyo ventilatorio acompañado de una serie de fármacos que lo mantuvieron dormido para que pudiera recuperarse.
“El ventilador mecánico, que resulta indispensable para ayudar al paciente a respirar mientras está sedado y su cerebro está en reposo, sumado a los medicamentos, fueron vitales: sin esto el cuadro hubiera sido muy grave, de mal pronóstico, porque un cerebro que no está en reposo no se recupera y posiblemente el paciente fallece. Las primeras horas de un postoperatorio de cráneo de tanta complejidad son las más críticas”, agrega el doctor Portillo.
Cuando Karina Flores recibió la noticia de que su hijo estaba ingresado, tuvo que esperar a que fueran a buscarla en Charallave, a 45 de minutos de Caracas. La falta de transporte y a la inseguridad hacían que no pudiera desplazarse hasta allí por sus propios medios. Unos días después de la intervención de Roiber, me la encontré sentada en una de las jardineras en el patio del hospital esperando a que le dieran más noticias. “Hoy lo vi y abrió los ojos, mueve la mano pero es un proceso”. Durante aquellos días, Karina recibió también asistencia psicológica de la ONG, que además de prestar apoyo al hospital Vargas, opera también el proyecto SALVA, de atención médica y psicológica a víctimas de violencia sexual y de eventos traumáticos en la capital de Venezuela.
Tras 48 horas de sedación total, a Roiber le retiraron la ventilación mecánica y, progresivamente, la medicación. Se despertó respirando por sí mismo con oxígeno, sin complicaciones y bajo vigilancia neurológica. Y 72 horas después lo llevaron a la sala de hospitalización.
Desde entonces, la recuperación de Roiber ha sido vertiginosa. El domingo 26 de enero ya hablaba, se movía y se tocaba la cabeza, pronunciaba su nombre y reconocía al médico que como él mismo decía, le “curó la cabeza”. Tres semanas después de iniciar la fisioterapia y de permanecer bajo observación neurológica, Roiber cumplió 12 años y, finalmente, el 15 de febrero, recibió el alta.
“Fortalecer los hospitales y centros de salud públicos es algo de suma importancia para reducir la mortalidad”, explica Isaac Alcalde, coordinador general de MSF en Venezuela.
“El caso de Roiber es solo uno más, pero sirve como ejemplo para ilustrar la necesidad de que el sector público de salud venezolano reciba una mayor ayuda internacional en estos momentos de crisis”.
Artículo originalmente publicado en El País.