Son las 8 de la mañana, el centro de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Akobo, Sudán del Sur, es una colmena en plena actividad. Delante de la carpa de logística, el personal carga cuidadosamente mesas, sillas, alfombras, cámaras sépticas, medicamentos y otros materiales en la parte trasera de un auto. Cerca, el coordinador de proyecto toma apuradamente una taza de café mientras farfulla unas palabras en un equipo de comunicación de radio portátil lleno de polvo. Con unos chalecos salvavidas sobre sus hombros, aún sin abrochar, un equipo de clínicos, enfermeros y trabajadores de salud comunitaria discuten la estrategia del día.
Cuando el sol finalmente logra aparecer detrás de la última capa de follaje de Akobo, el centro está calmo y el equipo móvil de MSF ya se dirige río arriba por el Pibor. Su destino: un pueblo aislado donde no existe servicio de salud alguno.
Las mujeres y los niños constituyen la mayor parte de los desplazados. Algunos logran instalarse cerca de sus conocidos, familias o amigos, pero otros no tienen más opción que quedarse en la escuela primaria cercana, donde tienen poco acceso al agua o al alimento. Muchos están traumatizados después de haber visto a sus parejas, padres o hermanos asesinados, en medio de esta inseguridad.
Esta población, que ya era muy vulnerable, no tiene a donde ir para obtener cuidados básicos.
Debido al conflicto en curso y a los desplazamientos que este produce, las necesidades médicas son enormes en la región. En ese contexto, MSF lanzó su nuevo proyecto en Sudán del Sur. En respuesta a las necesidades de las comunidades de acogida y de las poblaciones desplazadas, MSF opera actualmente clínicas móviles que se desplazan en bote o en auto para proporcionar cuidados de salud primarios ahí donde son más necesarios.
“Akobo y los pueblos de sus alrededores están prácticamente privados de servicios de atención de salud confiables y de calidad”, explica Raphael Veicht, jefe de misión en Sudán del Sur. “Como las estructuras médicas de la región fueron abandonadas o reasignadas a otros usos, esta población, que ya era muy vulnerable, no tiene a donde ir para obtener cuidados básicos”.
El equipo médico, que partió temprano esta mañana, ya ha llegado a Kier, un pueblo que se encuentra a una hora en bote. Como de costumbre, se instala a la sombra de algunos pocos árboles bien ubicados. En algunos minutos, el lugar se transforma en una clínica de cuidados de salud básicos, con una sala de espera y carpas utilizadas como consultorios individuales. Los pacientes llegan y se sientan tranquilamente sobre las alfombras, listos para hacerse controlar sus signos vitales, mientras los enfermeros auxiliares preparan los medicamentos recetados por los clínicos. Luego de sólo dos horas y media, cerca de 30 pacientes ya han sido examinados.
“Generalmente recibimos entre 50 y 60 pacientes por día”, detalla Tut Kuan Ler, clínico de MSF. “Hoy, seis de ellos dieron positivo en el test de paludismo y cinco niños pequeños tenían diarrea, también tuvimos un caso de una infección fúngica”.
Con las clínicas móviles que se desplazan actualmente entre siete localidades diferentes de los antiguos condados de Akobo y Ulang, los equipos médicos de MSF tratan a más de 2.000 pacientes por mes. A su vez, la organización también inició la construcción de un centro más permanente en Kier, un establecimiento de atención primaria que será capaz de ofrecer cuidados más avanzados. Pero, por el momento, los equipos siguen siendo móviles.
A las 14:30, los últimos pacientes ya pasaron por la clínica. Tut Kuan Ler se detiene y da un último vistazo hacia el campo, al lado, en busca de pacientes que no hubiesen podido llegar antes. No hay nadie. “Es tiempo de embalar y volver a Akobo”, concluye.