Cuando lanzamos una intervención de emergencia en Tambura, en Sudán del Sur, en diciembre de 2021, el nivel de devastación era evidente: 80.000 personas habían sido desplazadas.
Muchas comunidades que habían convivido pacíficamente durante décadas se vieron atrapadas en medio de brutales matanzas diarias y el saqueo y la destrucción del único hospital se tradujo en que la gente no tenía acceso a la atención médica. El conflicto en Tambura, que en gran medida se desarrolló según criterios étnicos, comenzó a principios de 2021, pero se intensificó de forma significativa entre junio y septiembre y, literalmente, diezmó a la población.
Un estudio retrospectivo sobre la mortalidad que realizamos en marzo de 2022 reveló una media de 5,5 muertes diarias por cada 10.000 personas en un periodo de nueve meses[1].
Muchas personas que viven en campos de desplazados aún no han encontrado a sus seres queridos, mientras que otras saben que sus familiares fueron asesinados no pueden recuperar sus cuerpos a causa de la inseguridad.
La destrucción del hospital también provocó que se perdieran vidas por falta de atención médica. Las madres no disponían de espacios seguros para dar a luz y los menores no tenían ningún lugar para recibir vacunas contra enfermedades infecciosas y, a menudo, mortales.
La importancia de la salud mental
Como parte de nuestra intervención de emergencia en Tambura, nuestro equipo comenzó a prestar atención sanitaria esencial, incluyendo vacunaciones y salud materna-infantil.
Un avión de carga llevaba semanalmente suministros a la comunidad y también proporcionábamos agua potable, además de comenzar a reconstruir y reformar el hospital de Tambura.
Sin embargo, después de todo el trauma que la comunidad había experimentado, una de las mayores necesidades eran los servicios de salud mental.
Vivir con miedo y ansiedad en Sudán del Sur
El recuerdo de la violencia extrema y la enorme incertidumbre sobre el futuro son factores que siguen haciendo mella en la salud mental de las personas desplazadas en Tambura y sus alrededores. Sin una vía de salida y un espacio adecuados para procesar las experiencias traumáticas, los síntomas pueden profundizarse, empeorar y, en algunos casos, manifestarse en síntomas físicos.
“Los síntomas más comunes que vemos son el estrés, la tristeza y el dolor, así como la ansiedad por su futuro y por volver a sus casas, ya que a algunas personas sufrieron robos, la quema de sus casas y se quedaron sin nada”, explica Ariadna Pérez, nuestra responsable de actividades de salud mental. “Sin hablar realmente de sus experiencias, sin asumir lo que les ha pasado, se puede desencadenar una respuesta física del cuerpo. En términos psicológicos, esto es como tener una herida abierta sin tratar”.
Para atender las necesidades de salud mental de la población de Tambura, pusimos en marcha servicios integrales comunitarios de salud mental. Trabajando con un equipo de cuatro consejeros de Tambura, Ariadna Pérez empezó por hablar sobre las expectativas con su propio equipo:
“Aquí hay una experiencia colectiva: todos han sido desplazados y han sido testigos de la violencia. No vamos a cambiar sus experiencias ni la realidad en la que viven; nuestro objetivo es ayudar a las personas a procesar lo que ha sucedido y apoyarlas con mecanismos de afrontamiento que les ayuden a reducir su sufrimiento”.
El equipo de salud mental comenzó a trabajar en los campos de desplazados y sus alrededores para hablar de los problemas de salud mental que sufrían muchos de los residentes, para normalizar el hecho de hablar de ellos y ofrecer salidas a quienes necesitaban apoyo. Esto incluía sesiones de asesoramiento psicológico individual, vías de derivación para quienes necesitaban más tratamiento o medicación y sesiones grupales sobre salud psicosocial.
“Seis integrantes de mi familia murieron en este conflicto, entre ellos mi marido, mi hijo, mi hermano y mi sobrino. Después de escuchar las noticias, no estaba en mis cabales; perdí la noción de quién soy”, afirma Severna Joseph, una de las muchas personas del campo de desplazados de Tambura que ha perdido a sus seres queridos.
“Acudí a MSF para recibir algunas sesiones de asesoramiento psicológico y, al cabo de un tiempo, empecé a mejorar. El apoyo en materia de salud mental de MSF ha sido de gran ayuda. Todavía sufro y las cosas no son perfectas, pero ahora estoy empezando a entender lo que me pasó, estoy empezando a trabajar para aceptar lo sucedido y, por primera vez en mucho tiempo, tengo algo de esperanza en el futuro”.
Para Mark Moses Tagiapaite, es la segunda vez que se ve desplazado a causa del conflicto: la primera vez, cuando era niño, durante la guerra por la independencia; y ahora, de nuevo, por la violencia intercomunal en Tambura. Mark, al igual que otras miles de personas en Tambura, huyó con su esposa y sus hijos, dejándolo todo atrás.
“Era el 1 de julio de 2021 cuando huimos al campo; era demasiado peligroso para nosotros quedarnos. Nosotros llegamos hasta aquí, pero muchas otras personas no lo lograron. Mucha gente murió en este conflicto; personas inocentes murieron sin razón”, recuerda Mark. “Este conflicto ha destruido muchas cosas: el hospital, los centros de salud y las escuelas… este conflicto destruyó Tambura”.
Mark reconoce la carga psicológica que supone tener poca certeza o capacidad de decisión sobre el futuro y carecer de un hogar al que regresar. A pesar de enfrentarse a sus propios retos, Mark trabaja como promotor de salud en nuestra organización para apoyar a otras personas en el campo de Tambura; se dedica a compartir información sobre los servicios de salud disponibles, las vías de derivación, las medidas preventivas para evitar que las personas se enfermen y a coordinar actividades como la campaña de vacunación contra el sarampión, que se realizó el pasado marzo.
“Somos muchos los que trabajamos aquí: un equipo de promoción de la salud, otro de salud mental… El equipo de salud mental desempeña un papel importante; aquí hay personas que perdieron a sus seres queridos y sus hogares y ahora viven en un campo de desplazados sin nada que hacer aparte de comer y dormir. Es importante que tengan un lugar al que acudir”, recalca Mark.
Las sesiones grupales sobre salud psicosocial que organizamos en los campos incluían actividades como hacer pulseras, dibujar, cantar y bailar. El equipo también animó a la gente a mantener las dinámicas y conexiones sociales que muchos de ellos ya habían desarrollado, como jugar al fútbol o charlar con amigos tomando un té o un café. Cuando las personas están confinadas en campos de desplazados superpoblados, este tipo de actividades psicosociales puede salvarles la vida, ya que proporcionan una forma de aliviar el estrés y el dolor y ayudan a las personas a procesar colectivamente el trauma.
En Sudán del Sur, país asolado por el conflicto, la gente sigue viviendo las enormes y catastróficas consecuencias de la violencia, desde la muerte hasta las heridas que cambian la vida y el trastorno de estrés postraumático, la destrucción de los medios de subsistencia, la infraestructura y los sistemas sanitarios, el desarraigo y no tener otra opción que dejarlo todo atrás. Entre enero y julio de 2022, hemos llevado a cabo más de 11.500 consultas individuales y grupales de salud mental en siete proyectos en diferentes partes del país.
[1] «Estudio retrospectivo sobre mortalidad, nutrición y cobertura de vacunación contra el sarampión en Tambura y Source Yubu, Sudán del Sur». MSF, abril, 2022.