La ruta migratoria a través de Centroamérica y México es larga y peligrosa. Quienes recorren ríos, zonas montañosas, y tramos pantanosos no son sólo personas adultas que se arriesgan en este peligroso camino, niños y niñas de todas las edades también se han visto forzados a huir de sus lugares de origen en busca de seguridad o una mejor vida. Menores que sin mucha o ninguna explicación han dejado sus hogares para enfrentarse a un futuro incierto. Algunos viajan con sus familiares, pero muchos otros lo hacen solos.
“Tengo miedo, me da miedo estar en un lugar así porque estuve secuestrado tres meses con mi hermano y mi mamá”, dice Pedro* un niño de ocho años durante una actividad organizada por nuestro equipo de promoción de la salud de MSF.
¿Cómo viven los niños y las niñas la migración?
Generalmente, los menores de edad no reciben una explicación sobre los eventos que han ocurrido antes de abandonar sus hogares o a lo largo que la ruta migratoria. Las personas suelen pensar que por ser pequeños no entienden que algo malo ha ocurrido y por lo tanto no requieren una explicación, pero la realidad es que las situaciones que han estado atravesando les han causado estragos. Y al no poseer las herramientas necesarias para comprender y gestionar sus emociones, lo manifiestan a través de su comportamiento.
“Muchas veces cuando los niños están conmigo surgen conductas asociadas a sus vivencias” explica Esther Huerta, asesora comunitaria en el Centro de Atención Integral para sobrevivientes de violencia extrema y tortura de nuestro equipo en México. “Por ejemplo, relacionarse a través de la violencia. No es porque quieran dañar al otro, sino porque es lo que han conocido y no saben otra forma de interactuar”.
Los equipos de nuestra organización utilizan la terapia de juego y las actividades recreativas para ayudar a los menores a identificar sus emociones, compartirlas, redirigirlas y gestionarlas. Estas técnicas también ayudan a nuestros equipos a identificar el estado emocional de los niños y niñas para poder brindarles una asistencia médica y psicológica adecuada.
Una de las actividades se llama «¿Cómo está tu corazón?», que consiste en nombrar las emociones y pedir a los participantes que dibujen un corazón y lo coloreen de acuerdo con cómo se han sentido durante la semana o durante ese día.
“Las emociones que generalmente predominan son el enojo porque están cansados de esperar, la tristeza de estar lejos de su país y el miedo por no saber qué sucederá”, menciona Lourdes Ceballos, supervisora de actividades de educación de la salud de MSF en Reynosa, una ciudad en la frontera de México con Estados Unidos.
Otra técnica para redirigir la carga emocional son los «muñecos quitapesares», una tradición de los Mayas de Guatemala. Con esta técnica se invita a los menores a expresar sus temores y preocupaciones, y estos serán absorbidos por el muñeco durante la noche. Al amanecer las preocupaciones habrán desaparecido.
Usualmente las preocupaciones están relacionadas con responsabilidades atribuidas, es decir, sienten la necesidad de ser cuidadores de sus padres, madres o hermanos, les inquieta el futuro, o se enfrentan al proceso de duelo.
A pesar de la situación en la que se encuentran, los menores tienen alta capacidad de resiliencia y siguen buscando la manera de adaptarse.
“Muchos de los niños y niñas han creado fuertes redes de apoyo; entre ellos se cuidan y se enseñan”, menciona Ceballos.
“Además, debido a las limitaciones económicas a las que se enfrentan han aprendido a monetizar lo que tienen. Por ejemplo, si nosotros les enseñamos a hacer pulseras, ellos aprenden, las mejoran y las venden por iniciativa propia, pues saben que, con este ingreso, tal vez podrán comprar un dulce o ayudar a sus padres”.
Asimismo, los menores de edad tienen la esperanza de que algún día estarán en «un lugar mejor» donde podrán estudiar, tener un hogar y ver a sus familiares felices y sin preocupaciones. “A menudo dicen, ‘Cuando cruce a Estados Unidos’ o ‘el día que nos llamen’”, dice Ceballos. “Creemos que esto les ayuda a tener esperanza. No hay un plan B en sus cabecitas”.