Los recientes ataques en Zemio, en el sureste de la República Centroafricana, han provocado la huida de gran parte de la población y han forzado al cierre del hospital de Médicos Sin Fronteras. La coordinadora médica de MSF, Wil van Roekel, describe las consecuencias menos visibles que tiene esta nueva oleada de violencia. Por ejemplo, para los 1.600 pacientes con VIH que necesitan recibir su medicación para sobrevivir, los daños colaterales pueden ser fatales.
Desde hace semanas, Zemio es una ciudad fantasma. Prácticamente toda la población ha huido por miedo a sufrir más ataques y a que la ciudad se convierta en un campo de batalla entre los diferentes grupos armados. Al cruzar la ciudad en auto puedes ver decenas de casas completamente quemadas y un montón de tiendas saqueadas.
En Zemio, al contrario que en otros lugares de la República Centroafricana, la población no estaba acostumbrada a este nivel de violencia ni a tener que salir corriendo de repente sin poder llevarse nada consigo. Los ataques, y sobre todo el alto grado de violencia, los tomaron por sorpresa. Cuando llegaron los grupos armados, la gente corrió en todas direcciones dejando las cazuelas en el fuego y la ropa tirada. Las familias se separaron y muchos no han vuelto a ver a sus seres queridos. En aquellos días, el riesgo de que te disparasen en la calle era tan alto que algunos decidieron subir a los árboles y saltar de uno a otro en busca de sus familiares. Uno de nuestros trabajadores locales tuvo que esperar días en el hospital antes de poder recorrer los 4 kilómetros que le separaban del campo de desplazados en el que se refugiaban su mujer y sus hijos.
La tensión se palpaba ya semanas antes, pero todo estalló el 11 de julio, cuando un bebe fue asesinado de un tiro en el hospital. Estaba en brazos de su madre, junto a una de nuestras compañeras de MSF. Después de aquello, se decidió evacuar a la mayor parte del equipo de MSF, pero nuestro personal local -hombres y mujeres de Zemio- se quedaron ayudando a los suyos hasta que la situación se hizo del todo insostenible. Y eso fue el 18 de agosto. Ese día, varios hombres armados atacaron de nuevo el hospital y abrieron fuego sobre los 7.000 desplazados que se refugiaban allí huyendo de la violencia. Mataron a 11 personas. Tras aquello, ya nadie más podía sentirse seguro. Casi toda la población de Zemio –incluidos los miembros de nuestro equipo y sus familias- escaparon de la ciudad. Cerca de 10.000 personas se refugiaron en los bosques cercanos a la ciudad y unas 9.000 cruzaron la frontera con República Democrática del Congo (RDC), donde sobreviven como pueden en campamentos improvisados. Según las informaciones que me mandan los compañeros que tratan de atenderles allí, el campo donde se encuentran está en un área remota, a dos días a pie del pueblo más cercano. Las mujeres tienen que dar a luz en el bosque, las chozas que se han fabricado son muy rudimentarias y no hay mosquiteras, lo que dispara el riesgo de contraer malaria. No hay agua potable ni sistemas de saneamiento y ya se ha producido un importante aumento de los casos de diarrea.
En el último mes conseguimos realizar algunas visitas breves a la zona, en las que pudimos evacuar en avión a 7 pacientes. Solo pudimos llevarnos los casos más graves; en su mayoría heridos de bala. Entre ellos estaba la hija de uno de nuestros trabajadores, que fue trasladada a un hospital de Bangui, la capital del país. Allí fue operada hace unos días y todo hace indicar que logrará recuperarse.
Entre aquellos que se refugian en los bosques cerca de Zemio, sin duda son las mujeres y los niños quienes más difícil lo tienen. Recuerdo a una niña de 13 años que tenía una herida de bala en el pecho. Le habían disparado 10 días antes al otro lado de la ciudad. Para llegar al hospital que apoyaba MSF, ella y su madre tuvieron que rodear la ciudad, cruzar a República Democrática del Congo (RDC) y luego volver a entrar en República Centroafricana.
Yo estaba asombrada de que hubiera aguantado tanto viva.
Ella es otro de los casos que pudimos atender a tiempo, pero hay miles de personas en su situación que están completamente abandonados; sin ningún tipo de acceso a los cuidados médicos más básicos.
Me preocupan especialmente nuestros pacientes del programa de tratamiento del VIH, que llevábamos desarrollando en Zemio desde 2010. Era un sistema muy simple pero muy efectivo, basado en un enfoque comunitario: Los pacientes, algunos de ellos de comunidades a 250 kilómetros de Zemio, se dividían en grupos. Una persona de cada grupo llegaba a la clínica cada cierto tiempo y recogía medicación antirretroviral para los siguientes tres meses para ella o para él y para todos los miembros de su grupo. Y así llegamos a cubrir hasta 1.600 pacientes.
Después del primer ataque, con hombres armados en las proximidades del hospital, a los pacientes les resultaba muy peligroso llegar hasta la clínica. Aun así nuestro equipo local se las ingenió para hacerles llegar los antirretrovirales y logramos mantener vivo el programa durante algunos días más. Más tarde saquearon nuestro almacén y perdimos la medicación que teníamos para los seis meses siguientes. Varias personas nos contaron que el tratamiento que guardaban en sus casas también fue quemado por los grupos armados. Las cosas empezaban a ponerse feas… y eso que lo peor aún no había llegado. Se produjo un nuevo ataque; el definitivo. Los que quedaban en el pueblo o cerca de él huyeron y nosotros perdimos prácticamente todo contacto con los pacientes.
Sería muy importante que todas estas personas reiniciaran el tratamiento lo antes posible, pero eso ahora mismo no resulta una opción muy realista. Y tenemos que ser conscientes de que las consecuencias pueden ser nefastas. La falta de comida y de acceso a servicios médicos básicos que están sufriendo ahora hará que su salud empeore. Y sin la medicación antirretroviral, el riesgo de contraer una infección relacionada con su enfermedad se dispara. Pueden, por ejemplo, contraer tuberculosis, lo que también supondría un peligro para las personas que no son VIH positivas. En fin, lo que está claro es que todo esto conllevará un incremento de infecciones entre la población de Zemio y que muchos empezarán a sufrir problemas de salud que hasta ahora no tenían. Y lo más preocupante es que ahora mismo no podemos hacer mucho por ellos.
En MSF estamos acostumbrados a trabajar en zonas de conflicto y bajo circunstancias muy difíciles, pero actualmente las opciones de llevar ayuda humanitaria en Zemio son prácticamente nulas. El número de habitantes se ha desplomado de 21.000 a menos de 2.000 en pocas semanas. Las únicas personas que quedan son ancianos o discapacitados que no han podido huir y aquellos que están atrapados en el barrio musulmán, rodeados por grupos armados que siguen luchando entre sí.
Los grupos armados en Zemio ya no respetan el trabajo humanitario y nos les importan los valores de neutralidad e imparcialidad de los que nosotros hacemos bandera. Hay decenas de miles de personas en peligro -algunas heridas y todas en una situación muy difícil- a las que casi no podemos acceder ni ayudar.
El hospital esta desierto porque ya no es considerado un lugar seguro, pero parte de nuestro equipo local sigue intentando llegar hasta los pacientes. Se adentran en el bosque con la medicación en mochilas, para intentar asistir a las personas que se ocultan allí. Estamos también planeando la manera de prestar mayor asistencia médica al otro lado de la frontera, en el campo de República Democrática del Congo.
A día de hoy todo son barreras y dificultades, pero si algo que tenemos claro todos los miembros del equipo es que no debemos abandonar a la población de Zemio.
MSF comenzó a apoyar el hospital de Zemio en 2010. En los últimos años su proyecto se ha enfocado en el programa de VIH y en las actividades de sensibilización, incluidos dos puestos de salud y dos puestos móviles para el tratamiento de la malaria en comunidades cercanas.