La población del norte de Siria se enfrenta a una situación desesperada debido a la falta de agua potable. Las enormes carencias de los últimos meses se han exacerbado hasta llegar a un punto crítico y más de tres millones de personas, en su mayoría desplazadas por el conflicto, ya están sufriendo las consecuencias derivadas de esta escasez.
Tras una década de guerra, la mayoría de las infraestructuras de agua y saneamiento se encuentran destruidas o descuidadas. “Incluso en aquellos casos en los que sí hay agua, muchas veces esta se encuentra contaminada”, afirma Ibrahim Mughlaj, nuestro promotor de salud en el noroeste de Siria. «Día tras día, estamos viendo el enorme impacto que está causando la mala calidad del agua en la salud de las personas: diarrea, hepatitis, infecciones cutáneas como sarna y muchos otros problemas médicos», explica Mughlaj.
Esta región también está siendo testigo en las últimas semanas de un alarmante aumento de casos de COVID-19, con más de 300 muertos en los primeros 25 días de septiembre. Los suministros de oxígeno están alcanzando niveles críticos, los hospitales están desbordados y solo el 2% de la población está vacunada. “Todo esto se agrava por el limitado acceso al agua, que impide que las personas puedan llevar a cabo las medidas de higiene esenciales para tratar de evitar la transmisión del virus”, dice Mughlaj.
En el norte de Siria, las organizaciones humanitarias intentan cubrir el vacío y responder a las numerosas necesidades existentes, pero se encuentran con un serio problema presupuestario en todo lo que se refiere a las actividades para la mejora del acceso al agua y del saneamiento. Este tipo de programas representan tan solo el 4% del presupuesto total de la respuesta humanitaria para toda Siria, lo cual supone menos de un tercio de lo que se gastó el año pasado en este sector.
El impacto de la reducción presupuestaria
Muchas organizaciones se han visto obligadas a tener que suspender las actividades con las que suministraban agua a los campos de desplazados, y zonas como Deir Hassan, por ejemplo, se han visto fuertemente afectadas por esta reducción de servicios. Allí, desde el mes de mayo, el número de casos de enfermedades transmitidas por el agua ha aumentado enormemente. “Solo entre mayo y junio de 2021, que es el período en el que se detuvieron algunas de estas actividades, las enfermedades transmitidas por el agua aumentaron en un 47%”, afirma Teresa Graceffa, nuestra coordinadora médica en Siria.
En julio de 2021, nuestros equipos observaron un importante aumento de los casos de diarrea en más de 30 campos de la gobernación de Idlib, donde también detectaron muchos casos de sarna y de otras enfermedades transmitidas por el agua.
Desde principios de año, el 28% de las consultas totales en uno de los hospitales que apoyamos en esta gobernación fueron casos de diarrea acuosa aguda. Como resultado, sus responsables instalaron un punto de rehidratación oral en el hospital y enviaron un equipo de respuesta a emergencias con el que ofrecer atención médica a los pacientes que sufrían deshidratación leve o moderada. Ese mismo equipo también se encargó de informar y sensibilizar acerca de cómo prevenir la propagación de la diarrea.
“Este no es un problema aislado”, asegura el Dr. Mohammed el Mutwakil, nuestro coordinador de terreno: “Nuestros equipos se enfrentan a este desafío de forma habitual. Se trata de un problema estructural que, a medida que pasa el tiempo y disminuye la financiación, no hace más que empeorar”.
En el noreste de Siria, la población también se ha visto significativamente afectada por enfermedades transmitidas por el agua. También se ha visto afectada por un aumento de la inseguridad alimentaria, lo que conlleva un mayor riesgo de padecer desnutrición. Como muestra, uno de los centros de atención primaria de Al Raqa que recibe nuestro apoyo informó de que el número de casos de diarrea que se habían tratado en sus instalaciones fue un 50% más alto en mayo de 2021 que en mayo de 2020.
En Hasaké, un millón de personas llevan casi dos años teniendo un acceso muy limitado al agua, debido a que la estación de Aluk de la que reciben el suministro y que está bajo el control de las autoridades turcas, interrumpe el servicio de forma frecuente y sostenida. Además, la población del noreste de Siria se ve también afectada por la severa reducción del caudal que sufre el río Éufrates, que es la fuente de agua más importante de toda la región.
Cubriendo el vacío y respondiendo a las necesidades
Esta falta de agua a menudo lleva a las personas a tener que recurrir a mecanismos de supervivencia poco seguros. “A veces compramos el agua nosotros mismos. Y lo hacemos donde podemos”, dice Hussain Muhammad, un hombre que vive en un campo para personas desplazadas en la gobernación de Idlib. “Cuando no nos alcanza el dinero, no nos queda otra que esperar la llegada de las organizaciones humanitarias. Y cuando estas no llegan, ponemos ollas bajo la lluvia para recoger agua. Sobre todo, en invierno”, continúa. “Los techos y las tiendas de campaña están sucios, y somos conscientes de que agua acaba por contaminarse. Sabemos que no es seguro beberla o ducharse con ella, pero no me puedo permitir comprar agua embotellada. Además, esta agua es de piedra caliza y contiene arena. Cuando tuvimos que usarla para beber, mi hijo de un año desarrolló una enfermedad renal”.
En respuesta a esta severa crisis, hemos lanzado una respuesta integral, en la que, además de las actividades médicas, también llevan a cabo proyectos para la mejora del agua, del saneamiento y de la higiene. La pasada primavera, al hacerse más evidente el vacío dejado por otras organizaciones debido a la falta de fondos, decidimos dar un paso al frente y duplicar el número de campos en toda la gobernación de Idlib en los que cubre este tipo de actividades.
“Ahora brindamos servicios de agua y saneamiento para alrededor de 30.000 personas desplazadas, en unos 90 campos en el noroeste de Siria. Las actividades que llevan a cabo nuestros equipos incluyen distribución de kits de higiene, transporte y tratamiento de agua, recolección de residuos, creación y mantenimiento de redes de alcantarillado, construcción y rehabilitación de letrinas, así como iniciativas de promoción de la salud para la comunidad.
También hemos incrementado el suministro de agua potable en la ciudad de Hasaké y hemos ampliado nuestras actividades para hacer frente a la desnutrición en Al Raqa, pero todas estas iniciativas no son soluciones permanentes”, dice Benjamin Mutiso, nuestro coordinador de terreno. “Además de la falta de fondos, también hemos visto que en ocasiones el suministro de agua se está politizando, lo cual repercute directamente en la salud de las personas. Algo tiene que cambiar: son muchas las personas que sufren las consecuencias de la falta de acceso al agua potable y no podemos cubrir todas las necesidades solos”.