Aishatu Mohammed está ansiosa. Después de huir de un conflicto violento, pasaron el último mes compartiendo un refugio temporal con decenas de extraños en un campo de desplazados internos en Pulka, una pequeña población en el noreste de Nigeria.
El refugio donde vive Aishatu es una carpa con estructura rectangular hecha con lonas clavadas en un marco de madera podrida. Las ollas con fondos quemados, los bidones y recipientes de diferentes formas y tamaños están esparcidos por el lugar. Durante el día, las alfombras y mantas para dormir se enrollan y se usan como respaldo para proporcionar un poco de comodidad a las personas que viven aquí.
Los residentes de los refugios superpoblados en Pulka son en su mayoría mujeres y niños. También hay algunas personas mayores y hombres de mediana edad. En la carpa de Aishatu, todos viven apretados. Aishatu ni siquiera puede estirar las piernas sin entrar en contacto con otra persona.
Hace unos días, un fuerte viento rompió una parte de la lona en el techo, empapando a todos los que estaban dentro. Aún no ha sido reparada.
Hoy hace calor y las caras de las personas están empapadas de sudor. «No tengo mi propia tienda. Cuando llueve, el agua cae sobre mí y me mojo. No hay lugar donde protegerse de la lluvia«, dice Aishatu.
Bintu Ibrahim es una mujer embarazada que llegó a Pulka hace veinte días: «Cuando llega la lluvia, ni siquiera podemos encontrar un lugar seco donde cocinar. Todos sufrimos, especialmente las mujeres embarazadas como yo, que no deberíamos estar expuestas al frío y la humedad».
Aishatu y Bintu son completamente dependientes de la ayuda humanitaria. No están solas; hay alrededor de 5.000 personas que viven en condiciones precarias en 38 carpas comunales en el campo de tránsito en Pulka. Se supone que es una solución temporal para los desplazados internos, antes de que se les asignen tiendas familiares en otros lugares. Pero algunas familias desplazadas están viviendo ahí desde hace un año.
«Supuestamente estas carpas solo albergan a personas en tránsito. Algunos refugios comunales albergan hasta 150 o 200 personas. Muchos están rotos y necesitan reparación, pero no hay un sistema de mantenimiento en el campamento», dice Martin Okonji, coordinador de MSF en Pulka.
A pesar de la distribución frecuente de alimentos, muchos desplazados dicen que la cantidad de alimentos que reciben no es suficiente para alimentar a toda la familia. En los últimos meses, los residentes de los campos también se enfrentaron a una grave escasez de agua. Las largas colas de personas que esperan llenar sus garrafas en los pozos de agua se redujeron con la llegada de la temporada de lluvias, pero el agua trae a su vez nuevos desafíos.
Con el comienzo de la estación lluviosa, hay una mayor probabilidad de brotes de enfermedades como el cólera y otras enfermedades transmitidas a través del agua. «Existen enormes riesgos para la salud porque la gente vive en condiciones sanitarias pobres. Los retretes están inundados y los desechos que se desbordan representan un riesgo adicional para la salud de los residentes», dice Okonji.
«La ciudad experimentó una constante afluencia de desplazados en los últimos años, pero los servicios básicos no aumentaron en paralelo. Las organizaciones humanitarias deben garantizar condiciones de vida seguras para los desplazados internos en Pulka», agrega el coordinador de MSF.
MSF opera un hospital en Pulka desde finales de 2016. Ofrece atención en salud primaria y secundaria, servicios de salud maternal y mental y apoyo para niños desnutridos. Entre enero y marzo de 2018, MSF realizó casi 13.000 consultas y trató a más de 1.550 niños desnutridos. En el noreste de Nigeria, MSF trabaja en 11 ubicaciones en los estados de Borno y Yobe.