Por Bertrand Perrochet, director de Operaciones de Médicos Sin Fronteras.
Durante mi reciente visita al noreste de Nigeria, cinco niños morían cada semana en uno de nuestros centros de nutrición terapéutica en el estado de Borno. Muchos llegan demasiado enfermos y demasiado tarde para salvarles.
De media, diez niños gravemente desnutridos estaban siendo ingresados cada día en nuestra unidad de cuidados intensivos en Maiduguri, la capital de Borno. Vi cómo mis colegas se veían obligados a explicar a los familiares de estos niños que la guerra de la que huyeron no solo ha destruido sus hogares, sino que también ha consumido, literalmente, a sus hijos.
Estos niños son los que tienen una oportunidad de sobrevivir. Son a los que nos permiten llegar. Pero hay muchos más fuera de las ‘ciudades cuartel’, como se denomina a los enclaves controlados por el ejército nigeriano. Los trabajadores humanitarios no podemos acceder a las zonas que están fuera de estas localidades; es decir, a más de tres cuartas partes del estado de Borno.
Esos niños, que están detrás de lo que el Ejército define como líneas enemigas, también son considerados como el enemigo en virtud de su localización geográfica. Son condenados como no merecedores de recibir atención, y si los trabajadores humanitarios intentan llegar a ellos, podrían ser acusados de ‘apoyar e incitar’ el terrorismo.
Se está enterrando el humanitarismo
Organizaciones humanitarias como la nuestra fueron creadas para llegar a todos estos niños, vivan del lado que vivan en un conflicto armado. Pero en operaciones antiterroristas como esta, el humanitarismo está siendo enterrado junto con los niños que mueren en nuestros centros de tratamiento.
Eso ocurre porque, por una parte, el gobierno controla dónde vamos, con quién hablamos y cómo operamos. En su lucha contra el terrorismo, es un ‘con nosotros o contra nosotros’. A la gente que llega a las localidades cuartel se les da acceso a asistencia. Aquellos que están fuera la ven denegada, con comunidades enteras designadas como hostiles.
Nigeria no está sola a la hora de hacer esto. Otros países que combaten el terrorismo en todo el mundo a menudo intentan usar la acción humanitaria como herramienta para lograr sus objetivos militares, desde ganar ‘los corazones y las mentes’ de algunas comunidades hasta excluir intencionadamente a otras.
Por otra parte, nos enfrentamos con grupos armados fragmentados que no quieren hablar con nosotros y que han atacado indiscriminadamente a civiles, asaltado estructuras de salud y secuestrado y asesinado a trabajadores humanitarios.
La acción humanitaria se está viendo presionada por todas las partes y es la población necesitada la que paga el precio. A la hora de navegar en este entorno desafiante, no encontramos muchos aliados.
La política de la ONU empuja a tomar partido
Por su parte, el sistema de ayuda de Naciones Unidas ha decidido que salvar vidas es valioso cuando de forma simultánea construye el Estado y garantiza la paz. El problema de esto es que conlleva tomar partido. El mantra de la ONU puede ser ‘no dejar a nadie atrás’, pero los ojos siguen cerrados a las necesidades de más de un millón de personas que no se encuentran en la parte del conflicto apoyada por la ONU, en nombre de la guerra contra el terrorismo.
El Ejército nos dice que ser neutral no es posible en Nigeria porque ellos consideran que el enemigo es el mal personificado. Pero las guerras siguen teniendo reglas.
Nuestras preocupaciones son pragmáticas. Cuando la ayuda humanitaria es controlada por una de las partes del conflicto –en este caso el Gobierno de Nigeria– pierde su elemento más esencial: la confianza de la población y la voluntad de las personas armadas de verla como algo separado del conflicto.
Esto no tiene que ver con casos concretos en los que se ha solicitado acceso y se ha denegado, sino que es cómo todo el sistema de ayuda está establecido y diseñado para servir a las operaciones antiterroristas de una de las partes del conflicto. No es la primera vez que lo vemos -se adoptaron enfoques similares en Mosul (Irak) por ejemplo- y me temo que no será la última.
Los médicos deben tratar a quien lo necesite
Los médicos no deberían verse forzados a decidir quién es un paciente bueno o malo. Eso está prohibido por la ética médica y por el Derecho Internacional Humanitario. Nuestro papel debe ser tratar a quien quiera que nos necesite, a través de cualquier línea de frente que los grupos hayan trazado.
Pero hoy en día, antes de que un médico llegue a evaluar las necesidades de un paciente, un soldado evalúa su lealtad política antes de permitirle acceso a ellos. El miedo al proceso de control garantiza que los enfermos y heridos que tienen derecho a atención médica sean olvidados. Y los controles arbitrarios significan que incluso civiles sin nada que esconder teman dar un paso al frente.
Nuestra asistencia médica ha sido secuestrada. No controlamos su destino. Por supuesto, todavía seguimos salvando vidas. Pero solo estamos salvando las vidas de aquellos que pueden llegar hasta nosotros. Los niños que vemos en nuestros centros de nutrición no deberían haber tenido que encontrar el camino hasta nosotros. Somos los trabajadores humanitarios quienes deberíamos ser capaces de llegar hasta ellos antes de que sea demasiado tarde.
En 2016, tras descubrir el enorme alcance de la crisis nutricional en el noreste del país, tratamos a todo aquel a quien pudimos llegar. Y en eso estamos: en seguir salvando vidas.
Pero creo que también necesitamos recuperar el control de adónde llevamos nuestra asistencia médica. Si no lo hacemos, me temo que estaremos contribuyendo a la muerte del humanitarismo. Entonces, el millón de personas que están fuera de nuestro alcance hoy en día en Nigeria se multiplicará a millones más en las incontables operaciones antiterroristas que se establezcan en el mundo de mañana.