Se cumplen 7 días desde los incendios en el campo de refugiados de Lesbos (Grecia). Una semana para más de 13.000 personas que duermen en la calle, sin refugio.
“Si la única forma de lograr tu libertad es quemando tu casa, está claro que hay algo que no funciona”.
Por Aurélie Ponthieu, especialista en movimientos migratorios de Médicos Sin Fronteras.
Hace unos días, en una rueda de prensa en la que habló de los incendios que destruyeron casi por completo el campamento de Moria, Stelios Petsas, portavoz del Gobierno griego, afirmó lo siguiente: “Pensaban que si incendiaban Moria podrían abandonar la isla de Lesbos sin más. Sea lo que sea que tengan en mente los que provocaron el fuego, ya pueden ir olvidándolo».
Aún no se ha confirmado cómo se iniciaron estos incendios, pero lo que insinúa Petsas, que los refugiados incendiaron el campamento para escapar, es una ilustración perfecta del sistema inhumano que aún existe en Lesbos. Si la única forma de liberarse es quemando tu propia casa, es porque claramente hay algo que no funciona, y lo mínimo que debería hacerse es cuestionarse la naturaleza misma de este lugar llamado “Moria”.
Ya antes del incendio, todas esos solicitantes de asilo eran personas sin hogar. No tenían casa ni nada que se le parezca, sino contenedores, chozas y tiendas de campaña, que estaban en un lugar pensado para albergar a 3.000 personas y en el que llegaron a hacinarse más de 20.000; unas 12.000 cuando tuvieron lugar los incendios. Vivían, o más bien sobrevivían, en condiciones inhumanas y totalmente desesperadas. Y ahora los han dejado a su suerte en la calle, sobre las cenizas de un campamento que odian, donde fueron maltratados y al que probablemente les dirán que tienen que regresar.
Esta no es la primera vez que el campamento de Moria se ve envuelto en llamas. Hace justo cuatro años, otro gran incendio destruyó sus instalaciones. En aquella ocasión, al menos 20 personas sufrieron quemaduras leves, mientras que una mujer y un niño con quemaduras graves tuvieron que ser evacuados al hospital de Atenas. Miles de personas se quedaron durante días sin un lugar donde refugiarse. Aquel de septiembre de 2016 y el de hace unos días han sido los más grandes, pero ha habido más fuegos durante estos años. Y tres personas han perdido la vida en ellos.
El último incendio, sin embargo, no comenzó el martes; ha estado cocinándose a fuego lento durante años. Se alimentó del dolor infligido por las políticas migratorias de la UE, basadas en el control y en la disuasión, se avivó por las restricciones de movimientos impuestas a sus habitantes, por las colas deshumanizadoras para la distribución de alimentos, por los injustos y cambiantes procedimientos para pedir asilo, por tener que vivir una rutina diaria de humillaciones, xenofobia y violencia.
Y terminó por extenderse al tiempo que se aplastaban las esperanzas de toda esa gente de poder tener un futuro mejor, o de, al menos, ser tratados con un mínimo de dignidad dentro de Europa.
La desesperación que se sentía en Moria ha ido en aumento desde que se adoptó el acuerdo UE-Turquía hace cuatro años. Los residentes del campamento van cambiando; unos vienen y otros se van. Los incendios de 2016 permitieron que el «acuerdo» no fuese demasiado cuestionado y los líderes europeos aprovecharon la oportunidad que se les presentó para catalogarlo de auténtico éxito.
Desde entonces, después de meses, y a veces años minando su moral, a quienes están en Moria se les da una salida: al continente griego, de regreso a Turquía, o de vuelta a sus países de origen. Dejan Lesbos enfermos, agotados, a menudo con graves enfermedades mentales y, a veces, con daños físicos. Luego llegan nuevos refugiados para ocupar su lugar y ser aplastados una vez más por una maquinaria de destrucción cuyos engranajes están perfectamente alineados. Los incendios de Moria no son un accidente, son producto de un concienzudo plan para hacerles llegar el mensaje de que “si vienes a Europa, esto es lo que te espera”.
En marzo, cuando se declararon los primeros casos de coronavirus en Grecia, en Médicos Sin Fronteras nos mostrábamos preocupados ante la posibilidad de que apareciese un brote en Moria, ya que aquello podría convertirse en un desastre de salud pública. En estas condiciones de hacinamiento, con un acceso muy limitado a agua y jabón, temíamos que el virus se propagara como la pólvora. Cientos de personas en el campamento estaban en riesgo de enfermar gravemente si contraían COVID-19.
Junto con otras organizaciones, pedimos a las autoridades griegas y de la UE que evacuaran a las personas más expuestas y descongestionaran el campo, que en ese momento contaba con más de 19.000 personas. Hubo una tímida respuesta y cientos de personas fueron trasladadas preventivamente fuera de Moria, pero aun así, 200 personas pertenecientes a grupos considerados de riesgo permanecían allí en el momento del incendio.
Nuestro equipo, junto con las autoridades de salud pública, puso en marcha un centro de triaje y aislamiento específico para garantizar que los primeros casos de COVID-19 pudieran detectarse rápidamente. De mayo a julio, tratamos y aislamos de forma segura a 55 pacientes con sospecha de tener coronavirus.
Sin embargo, las autoridades locales hicieron que tuviéramos que cerrar este centro el pasado mes de julio, argumentando que incumplía aspectos administrativos relacionados con la planificación urbanística. El cierre del centro dejó a los residentes de Moria sin una respuesta específica ante la amenaza del COVID-19 y dejó al sistema de salud local sin capacidad de aislamiento en caso de que apareciese un brote.
Desde marzo, las restricciones a los movimientos de los solicitantes de asilo en Moria se han prorrogado hasta siete veces por causa del COVID-19, por un período total de más de 150 días. Mientras que en el resto de la isla de Lesbos el confinamiento hace tiempo que terminó, los residentes de Moria se han visto privados continuamente de poder tener una cierta libertad. De hecho, se les ha ido imponiendo un confinamiento cada vez más estricto, al tiempo que no se hacía nada para mejorar sus condiciones de vida o para establecer una respuesta integral frente al COVID-19. Han sido más de cinco meses prácticamente encerrados en unas condiciones infrahumanas y hacinados.
Y además, los residentes de Moria, por las condiciones en las que vivían en el campo, con un baño para 80 personas o un lavabo para cada 40 habitantes, no han tenido la oportunidad de seguir las medidas básicas de prevención, como el distanciamiento físico, la higiene o lavarse las manos. El mensaje que les han mandado durante todos estos meses ha sido claro: “Nuestra política de disuasión migratoria tiene que prevalecer. Vuestra salud es lo de menos”.
Para colmo de males, el Gobierno griego utilizó abiertamente la detección del primer caso de coronavirus dentro de Moria, hace apenas un par de semanas, para imponer nuevas restricciones a los solicitantes de asilo en las islas y promover planes para establecer nuevos centros de detención.
Las medidas de salud pública, cuando restringen las libertades individuales, deben ser proporcionadas, justificadas y legales. También deben basarse en evidencia científica. No hay pruebas de que la detención y la contención disuadan a los solicitantes de asilo de abandonar sus países de origen. Sin embargo, la evidencia muestra claramente que el confinamiento es ineficaz e incluso contraproducente en condiciones insalubres y de hacinamiento.
Ningún brote epidémico puede controlarse con éxito sin no se cuenta con la confianza y el apoyo de las comunidades. Sabemos que esto es así porque nosotros mismos lo hemos vivido en otros brotes de enfermedades infecciosas. En febrero del año pasado, por ejemplo, la respuesta al Ébola liderada por el Gobierno en República Democrática del Congo fue politizada y recibida con sospechas y hostilidad por parte de la población local. Como resultado, nuestros centros de tratamiento del Ébola (CTE) en Katwa y Butembo fueron atacados. En el caso del de Katwa, como en Moria, las instalaciones quedaron reducidas a cenizas.
Llevamos semanas instando a las autoridades sanitarias y migratorias griegas a establecer un plan de respuesta frente al COVID-19 que fuse adecuado para Moria: basado en el control de los brotes, que contase con la colaboración de las personas y que ofreciese dignidad a los enfermos y a quienes pudiesen contagiar a otras personas. Las autoridades griegas no pusieron en práctica dicha respuesta, mientras que la UE hizo la vista gorda y no tomó medidas para resolver la situación.
Las cenizas de Moria son fruto de la desesperación fabricada por un sistema de disuasión, deshumanización y negligencia patrocinado por el estado. Sería un tremendo error que de estas cenizas renaciese un sistema de detención similar al que acaba de quedar arrasado por las llamas. De hacerlo, solo servirá para prolongar el caos y la desesperación en las fronteras de la UE.
Artículo de opinión originalmente publicado en El Mundo.