“Ahora mismo estamos entre las 11 de la mañana y mediodía. Cualquiera que conozca las sombras lo sabe”, dice Djeynabou Abdoulaye, sonriendo. Ha venido a la escuela del pueblo de Tassakane, en el centro de Mali, para vacunar a su hijo contra el sarampión. «Tenemos suerte de que no esté lloviendo hoy».
A pesar del fin oficial de la guerra en 2015, la región de Tombuctú, en el norte de Mali, permanece en tensión y los incidentes de seguridad y la criminalidad han tenido un impacto significativo en la capacidad de las personas para acceder a la atención médica. Esto, a su vez, ha dado lugar a tasas bajas de cobertura de vacunación, especialmente entre los niños y niñas.
Desde febrero, se han notificado varios casos de sarampión en la zona y, en septiembre, Médicos Sin Fronteras (MSF), junto con el Ministerio de Salud, decidimos lanzar una campaña de vacunación. La campaña llegó a más de 50.000 niños y niñas de entre 6 meses y 14 años.
La vacunación se realizó en tres etapas en 12 de las 19 zonas de Tombuctú, con equipos que se instalaron en centros de salud o convirtieron escuelas u otros edificios en sitios de vacunación durante el día. Las zonas iban desde regiones urbanas de fácil acceso hasta zonas rurales en la orilla opuesta del río Níger, donde los remansos, charcos y los lagos forman una barrera natural.
“Toma alrededor de una hora y una hora y media llegar en canoa”, dice Tuo Songoufolo, nuestro asesor médico para el proyecto.
“Las personas tienden a extenderse por el área para que su ganado pueda pastar, o bien, atender sus cultivos. Eso significa que debemos seguirles para poder realizar las vacunaciones.»
La campaña también coincidió con el inicio de la temporada de lluvias, cuando las personas se trasladan a la orilla del río para la pesca y la agricultura. El aumento del nivel del agua hace que el río se convierta en la única ruta de acceso.
Sin embargo, esto no disuade a las madres, que son muy conscientes de las manchas en la piel y la fiebre que anuncian la llegada de la enfermedad. Algunas viajaron desde pueblos de los alrededores, como Aïssata Ibrahim, quien alquiló una canoa para hacer el viaje y proteger a su hija de 4 años contra el sarampión.
El sitio de vacunación en Tassakane está ocupado. El equipo de vacunación se instaló en un salón de clases, que tiene las lecciones anotadas en una pizarra al fondo. Afuera, niños, niñas y sus madres se agolpan esperando, mientras otras personas con sus tarjetas de vacunación amarillas están listas para regresar a casa.
Mariam Hammadoun Maïga, madre de Amadou, de 16 meses, explica: “Hay personas que viven lejos. Con el agua en este momento es muy difícil para ellas venir a vacunarse. Pero a pesar de eso, hoy trajeron a sus hijos a vacunar”.
El sarampión es una enfermedad viral altamente contagiosa. Los síntomas aparecen tras una media de 10 días después de la exposición e incluyen fiebre alta, sarpullido, secreción nasal, tos y conjuntivitis. Cuando se combina con desnutrición o malaria, los efectos de la enfermedad pueden ser devastadores. Un niño o niña con sarampión puede desarrollar desnutrición rápidamente o presentar otras complicaciones aún más graves que pueden afectar sus ojos o su cerebro.
Pero existe una vacuna segura, barata y eficaz, una de las vacunas infantiles de rutina de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El desafío consiste en llegar a los niños y niñas que no han sido vacunados, y en garantizar que las dosis de vacuna se mantengan a la temperatura adecuada, sea cual sea el viaje que realicen.
Amadou, sentado en el regazo de su madre, observa con cautela cómo la enfermera desliza la aguja en su brazo. No llora. “Vine porque la vacunación es de vital importancia para proteger a los niños contra las enfermedades”, dice Mariam.
“Decimos que es mejor prevenir que curar, por lo tanto, es mejor vacunar a los niños que tratarlos”.