“Era 7 de octubre, nueve días después del terremoto de magnitud 7.5 al que siguió un tsunami de seis metros de altura que azotó y paralizó a la Provincia de Célebes Central.
«El número de muertos ha aumentado a 1.900 y sigue creciendo», decía la voz en el televisor en el aeropuerto de Makassar, justo antes de que abordara el avión hacia la ciudad de Palu. Y cuando llegué al aeropuerto de Palu, el informe de la televisión me pareció un presagio de lo que encontré.
El aeropuerto estaba abarrotado, las aeronaves militares estaban estacionadas alrededor de la pista recientemente arreglada, y la famosa torre de control de tráfico aéreo colapsada atrapó inmediatamente mi mirada, estaba en ruinas.
Dentro del aeropuerto había mucha gente esperando, intentando tomar un avión para salir de la ciudad. Vi a un niño con una enorme venda en la cabeza que dormía en el regazo de su madre. En silencio, susurré «que tengas un viaje seguro», a manera de oración por el pequeño.
Bienvenidos a Palu
“Bienvenidos a Palu”, fue lo primero que nos dijo el oficial administrativo de MSF a quienes llegábamos. Éramos un equipo de tres personas: una enfermera, un especialista de agua y saneamiento y yo, un médico.
Me vino a la mente que el administrador parecía cansado. Sabía que los integrantes del equipo de exploración (un coordinador de proyecto, un médico, un logista y un oficial administrativo) estaban aquí desde el 2 de octubre, viviendo dentro de tiendas de campaña en el estacionamiento de un hotel.
“Ya no es tan malo, ahora tenemos electricidad y agua. Fue difícil durante los primeros días,” me comentó el equipo cuando pregunté. “La comida es escasa pero no es mala. Siempre y cuando no pidas pollo frito o pizza, estaremos bien”, bromeó el oficial administrativo.
Sin contacto con el mundo exterior
Al día siguiente, la enfermera, el especialista en agua y saneamiento y yo nos unimos a una clínica móvil y viajamos a un puskesmas (un centro de salud comunitario) en la ciudad de Baluase in Sigi, una de las tres provincias afectadas.
«El viaje no suele ser tan largo», nos comentó la doctora Krishna, el director de los puskesmas. «Es por las carreteras que han sido dañadas y los puentes que se derrumbaron, por eso debemos tomar una ruta diferente. Antes, solo demoraba 45 minutos llegar desde Palu hasta Sigi. Ahora el viaje dura dos horas”.
Desde las pequeñas ventanas del auto, pude ver que nos rodeaba césped alto y un camino de tierra recién creado.
“Los militares cortaron los campos y vertieron arena para crear este camino. Antes de esto, Sigi estaba completamente aislada del mundo exterior«, nos explicó el esposo de la doctora Krishna, quien conducía el auto. Para mi desesperación, pronto descubrí que esto era verdad.
Sin electricidad y con un pedido desesperado de ayuda, una familia había colocado un letrero solicitando atención médica. Pasaron noches terribles esperando a cualquiera que pudiera ayudarlos y evacuar a sus familiares gravemente heridos.
“Fui evacuado unos cinco días después del terremoto. Me subieron a una camioneta y me trajeron a Palu”, comentó una madre con una pierna rota y dislocada. “Ahora estoy bien, pero perdí a mi hijo de 7 años en los escombros, lo encontraron muerto.”
Trece pueblos
Las ruinas y la devastación estaban por todos lados en Sigi. El suelo se había partido, las casas se derrumbaron y los edificios estaban hechos pedazos. Desde lejos, parecía que no le había pasado nada al edificio que solía ser el Puskesmas Baluase, pero al acercarte, era obvio que este centro del servicio de salud del distrito, que brindaba tratamiento a más de 15.000 personas, estaba severamente dañado.
Sin embargo, MSF ya tenía un plan de acción para restaurar los servicios de salud en el área. Y, para el 15 de octubre, el equipo de MSF estableció las bases para instalar un puskesmas temporal.
Mientras los equipos de logística y agua y saneamiento trabajaban arduamente para reconstruir el centro de salud; mi equipo médico, apoyado por el personal del puskesmas, inició actividades con clínicas móviles diarias en los 13 pueblos del distrito.
Pero a veces la situación era muy difícil. He trabajado en emergencias anteriores con MSF, pero tratar a las personas que son víctimas de un desastre natural a gran escala que ocurrió en tu país de origen es completamente diferente y desgarrador. Definitivamente causó un impacto personal. Cuando sucedió, hice lo que normalmente hago en mis otras misiones, pasé tiempo jugando con mis personas favoritas: los niños.
Al momento de redactar este texto, MSF ha finalizado la construcción de los puskesmas temporales en Baluase, reviviendo su función más importante como el centro del servicio de salud del distrito. MSF también ha instalado tanques de agua y letrinas en varios campos para las personas desplazadas en la provincia de Sigi.
Al trabajar en colaboración con la Oficina de Salud del Distrito, MSF restauró otros puskesmas en las áreas de Palu y Donggala, y también brindó apoyo médico y psicosocial.
Tomará tiempo que los ciudadanos de Palu-Donggala-Sigi puedan funcionar plenamente como lo hacían antes. Sin embargo, lo más importante que aprendí durante mi estadía con las comunidades es la importancia de la fuerza interior y la resiliencia.
Me enseñaron que los que quedaron detrás deberían aferrarse a la vida y vivirla al máximo. Está bien llorar de vez en cuando, pero es más importante sonreír y ser feliz. Es casi una obligación hacer precisamente eso, a cambio del amor que nos dieron aquellos que el desastre se llevó antes de tiempo.
Cuando la tierra se abrió
y todo se derrumbó
Cuando nuestro océano favorito lavó tu techo
y el mío
y alejó tus manos
de las mías
Espero que sepas que viviré valientemente
por el amor que me diste
Espero que vivas una vida que te enorgullezca y
espero que siempre seas amable
Siempre seremos el dulce hogar del otro
Nos veremos en su momento»
RWS, Palu – 20 de octubre de 2018