Federica Zamatto es coordinadora médica de nuestros programas de migración y relata cómo impacta e influye la tortura en la vida de los migrantes y refugiados.
©Alex Yallop /MSF
Hubo un tiempo en que visitaba a mis pacientes una y otra vez, semana tras semana. Llegaba al consultorio y veía las mismas caras esperando en la cola. Se quejaban de migrañas, dolores por todo el cuerpo y problemas de insomnio.
Les prescribía el tratamiento; pero nada funcionaba. En lugar de eso, regresaban la semana siguiente con los mismos síntomas. Cuando un psicólogo me dijo que uno de mis pacientes había sido torturado, me di cuenta de que no había entendido lo que realmente estaba pasando.
Aquellas personas me habían estado pidiendo ayuda con las únicas palabras que podían decirme sin temor a sufrir nuevas represalias; pero incluso con todo lo que yo había leído sobre tortura, no fui capaz de ver las consecuencias frente a mí. Sentí vergüenza de mi misma y sentí que no era capaz de atender de manera adecuada las necesidades de mis pacientes.
En 2017, la tortura continúa siendo una práctica común en países de todo el mundo, pero a la comunidad médica internacional le falta aún mucha formación para identificar a sus víctimas entre los pacientes.
El tema de la tortura es prácticamente inexistente en los planes de estudios de medicina. Del mismo modo, gran parte de la sociedad lo único que conoce es lo que le muestran en las películas y en la series de televisión, donde habitualmente la tortura se refleja como un método útil para extraer información a pesar de que los estudios señalan que esa información no es fiable.
Siempre hay nuevos métodos
Lo que es cierto es que hoy la tortura se da ampliamente en todo el mundo. La tortura tiende a destrozar al individuo física y psicológicamente, haciendo que pierda la confianza en el resto de personas y rompiendo todos sus vínculos con la sociedad.
Electrodos en los dedos o los genitales, posiciones forzadas del cuerpo que llegan a desarticular las extremidades, golpes, agresiones sexuales repetidas (en algunos casos empleando objetos), privación de la luz, exposición continúa a un alto volumen de ruido, quemaduras, burlas, water boarding (ahogamiento simulado): esta lista, o cualquier otra, nunca será exhaustiva porque siempre se están creando nuevos métodos de tortura. La falta de humanidad es infinita.
A menudo, la tortura no deja heridas físicas; pero el cuerpo se convierte en el recipiente de una persona rota, cuya alma ha sido brutalmente golpeada. Desde fuera, podemos ver un cuerpo perfecto pero dentro encontramos un mar de cristales rotos. Si la víctima de tortura sobrevive, normalmente permanece alienada de todo aquello que conocía antes.
Para estas mujeres, hombres y niños, describir la crueldad que han sufrido no es solamente difícil, sino también inútilmente doloroso; sobre todo si la persona con la que están hablando no es receptiva, no está preparada o no es capaz de compartir la carga del sufrimiento. Nada es más doloroso que confiar en alguien, contarle tu historia y descubrir su indiferencia después.
Migración y conflicto
En los más de 45 años de existencia de nuestra organización, hemos conocido a miles de víctimas de tortura en distintos lugares del planeta. Y hoy seguimos haciéndolo. Muchas de ellas vienen de zonas en conflicto, pero no todas. A muchas les hemos tratado solamente sus heridas físicas sin saber realmente por lo que habían pasado.
Pero desde hace tres años, coordinamos el funcionamiento de centros especializados en rehabilitación de víctimas de tortura a lo largo de las principales rutas migratorias. Nuestros pacientes son ahora recibidos en un ambiente seguro por nuestros equipos multidisciplinares de psicólogos, doctores, trabajadores sociales, fisioterapeutas y mediadores culturales.
El camino a la rehabilitación es largo y duro, pero lentamente reestablece la confianza del paciente en el resto de personas y ayuda a que las heridas del cuerpo, así como las del alma, cicatricen. Pero nuestro trabajo es una gota en el océano. En 2016, asistimos de forma especial a más de 1.400 víctimas de la tortura y escuchamos sus historias hasta donde ellas quisieron contar. Pero hubo miles a las que no pudimos llegar.
Estimamos que el 30% de las personas que rescatamos en el Mediterráneo son víctimas de tortura y otras formas de violencia; con muchas mujeres, y también hombres, que han sido violados en la ruta. Para muchas de estas personas no hay servicios de rehabilitación disponible, ya que son escasos y no tienen la capacidad de suplir las necesidades de las víctimas. Y a menudo estas necesidades no son reconocidas y por tanto se quedan sin respuesta.
En Médicos Sin Fronteras atendemos a víctimas cada día que nos cuentan atrocidades indescriptibles. Hemos decido estar con ellas. Es decisión de cada uno estar dispuesto a ello.