Este artículo fue escrito por un miembro del Survivors Advocacy Group en Grecia, cuyos miembros son todos actuales o antiguos beneficiarios de la clínica de rehabilitación de Médicos Sin Fronteras para víctimas de tortura en Atenas.
«Mi nombre es Omar y soy sobreviviente de torturas y tratos crueles e inhumanos. Esto me lo hicieron en mi propio país, mis propios compatriotas. Vine a Grecia en 2017 para salvar mi vida. Me detuvieron en el punto de acceso de la isla de Leros, una de las pequeñas bahías de Guantánamo que hay en Grecia.
Un contenedor. Ocho personas. Nacionalidades diferentes. Diferentes ritmos. Diferentes estilos de vida. Literas. Falta de higiene. Peleas. Discusiones. Violencia. Ventanas rotas. Gritos. Autolesiones. Adicciones. Falta de privacidad. Sin poder dormir. Sin seguridad. Esta experiencia arruinó mi mente. Me hizo pensar en las experiencias que tuve en casa. Las dos experiencias se convirtieron en una.
Después de meses en este infierno, revocaron mis restricciones geográficas. Pero dijeron que tendría que esperar muchos meses más para conseguir alojamiento en el continente. No podía esperar. Mi cerebro estaba a punto de explotar.
Llegué a Atenas esperando seguridad, un lugar en donde pudiera poner en orden mis pensamientos. Sabía sobre la situación económica en Grecia, pero aún así tenía esperanza. Intenté registrarme en los campos alrededor de Attica para ver si podía dormir allí. Se veían peor que Leros, pero si alguno de ellos hubiera dicho que sí, me habría quedado, sin duda. Pero no tuve otra opción. Todos y cada uno me rechazaron. Caminé por la calle en estado de shock.
Viktoria. Omonoia. Temor. El pavimento era mi cama. Autos. Pasos. Policía. Uniformes. Gritos. Contaminación. Fumar. Más idiomas que no entiendo. Dos o tres horas de sueño, máximo, de 4 a 5 am a las 7 am. Esta experiencia me hizo perder la cabeza. Me hizo pensar en mis experiencias en casa. Me hizo pensar sobre mis experiencias en Leros. Las tres experiencias se convirtieron en una.
Le dije al ACNUR que no tenía hogar. Me pusieron en su famosa lista de espera. Fui a un squat (un edificio ocupado), era el único lugar que me abrió sus puertas. Unas 18 o 20 personas dormíamos en una habitación.
A veces duermo en la sala de almacenamiento porque es el único lugar donde puedo estar solo. Todavía tengo recuerdos de mis experiencias en mi país de origen. Ayer soñé que estaba de vuelta en la celda. No podía respirar.
El squat no es ideal, no puedo dormir, no hay privacidad, ni mi mente puede estar en paz. Pero al menos no es la calle. No es Leros. El alojamiento no es responsabilidad del squat. Es responsabilidad del gobierno. Creo que la única razón por la que no nos han sacado de este squat es que entonces tendrán a más personas en las calles. Y no se vería bien ahora que se acercan las elecciones en Grecia.
Pesadillas. Ansiedad. Temor. Enfado. Fuera de control. Depresión. Todos los días, todos los días, todos los días. Este es el impacto mental. Significa que no tengo el tiempo ni el espacio para procesar mis experiencias pasadas. Es muy difícil comprometerse con cualquier terapia cuando estas son mis condiciones de vida, cuando esta es mi realidad.
Debo ser honesto: es muy difícil para mí pensar en cuál sería el alojamiento adecuado para un sobreviviente como yo. Hemos sufrido mucho más aquí, nuestras expectativas han sido destrozadas.
Sé que esto es lo que quiere el gobierno: que perdamos nuestras esperanzas y nos vayamos.
Pero tenemos derechos como sobrevivientes.
Tenemos el derecho a ser rehabilitados.
Tenemos el derecho a vivir cerca de los servicios de apoyo.
Tenemos el derecho de vivir con privacidad.
Tenemos el derecho de vivir con seguridad.
Tenemos el derecho de vivir con dignidad.
Demandamos estos derechos.»
Omar fue entrevistado por el equipo de MSF que atiende a víctimas de tortura. La identidad del autor fue cambiada a manera de protección.