En el municipio de Olaya Herrera, sobre los esteros del pacífico nariñense, se viven tiempos de desesperación y zozobra. Los combates entre grupos armados que controlan el territorio, han causado ya el desplazamiento de por lo menos 1200 personas (324 familias) en más de 15 comunidades sobre el río Satinga y muchas otras personas se siguen desplazando desde los ríos Patía y Sanquianga. Las comunidades Afro e Indígenas de la zona iniciaron su desplazamiento desde el 24, 25 y 26 de diciembre, en búsqueda de alivio en la cabecera municipal y en las comunidades de Tórtola y Bocas de Víbora. El Equipo Móvil de Respuesta a Emergencias de Médicos Sin Fronteras, prestó atención en salud física y salud mental a las comunidades desplazadas desde el día 17 hasta el día 28 de enero de 2020.
Ignacio*, es un médico tradicional del resguardo Turbio Bacao (etnia Eperara Siapirara) que inicia a unos 15 minutos en lancha rápida desde la cabecera municipal de Satinga internándose en el Río Satinga. Como muchas otras personas, ha tenido que vivir los estragos de un conflicto que parece no cesar con el paso de los años y hace parte de un grupo de personas que tuvo que abandonarlo todo y salir desde tres comunidades (Casa Grande, San Miguel y San José de Róbles) y desplazarse a las comunidades de Tórtola y Bocas de Víbora.
Para Ignacio, el desplazamiento de estas comunidades recuerda al primer desplazamiento que tuvo que vivir en el año 2010, en donde por primera vez, las comunidades más internas en la espesa selva del pacífico, tuvieron que abandonar sus lugares de trabajo y vivienda y refugiarse en la solidaridad de otras comunidades vecinas.
“Ahí comenzamos a sufrir” cuenta con una voz certera pero afligida.
Su trabajo como médico tradicional parece más un recuerdo perdido que una actividad de sustento diaria, nos dice con voz entrecortada que “no hemos podido trabajar con los espíritus, con las plantas (…) está muy bregado (SIC) porque nosotros no podemos llegar más, todavía hay problemáticas en el territorio porque no podemos salir, no podemos llegar allá, a nuestro territorio”.
La falta de sustento para la alimentación, el hacinamiento y el cambio de hábitat ha generado en la población desplazada mareos, cefaleas, problemas de piel, diarrea aguda, gastritis y algunos casos de malaria recientes que Médicos Sin Fronteras atendió.
En palabras de Ignacio “dentro de nuestro territorio, ahí está todo lo que es la comida, la fruta… allá está todo (…) pero acá tenemos que comprarlo”.
Sin una fuente de ingresos económicos, la población está expuesta a ser utilizada en el raspado de coca ya que en la zona no hay oportunidades laborales distintas.
Moverse hacia la cabecera municipal, Satinga, tampoco es una opción. Debido a los constantes asesinatos selectivos que se han presentado desde diciembre y que causaron un toque de queda legal y otro ilegal, las personas tienen miedo a pedir auxilio en el hospital o la alcaldía y ser asesinados por ello o detenidos por transitar por las solitarias calles nocturnas de la ciudad.
La solidaridad de las comunidades receptoras ha sido muy importante para evitar que esta situación sea aún peor. Ignacio nos cuenta que para sobrevivir ha tenido que vender sus servicios que antes eran gratuitos para la comunidad, toma un frasco con una crema verde y amablemente me la aplica sobre la piel. “Ahora está el bicho de la rasquiña. ¿aflojó con la pomada?”. Sentí alivio en mi piel, pero de nuevo su voz se quebró y me comentó: “Para mí me duele, porque no estoy prestando un servicio. Tengo el saber en la cabeza y el corazón para trabajar con ellos pero pues ¿cómo? No hay fuerzas para trabajar, hay materiales que ahora me toca comprar. Para nosotros tener un enfermo en este ranchito es una pena”.
Al siguiente día, pudimos darnos cuenta cómo algunos hombres habían tomado valor y habían regresado a su territorio. Al regresar, sus cabezas bajas presagiaban problemas. Al preguntar cómo estaba la situación, nos responden que los animales que tenían en las granjas se habían escapado, 2 perros estaban muertos a orillas del río cortados con un machete, y aunque las casas estaban en buen estado, las plantaciones estaban descuidadas y maltratadas.
Es entendible la indignación, la rabia y la impotencia frente a esta situación. Los combates no han terminado y el vínculo que tienen las comunidades es demasiado fuerte. Ignacio señala que “Ahí está toda nuestra vida, en nuestra tierra”. El equipo de Médicos Sin Fronteras pudo realizar 15 consultas individuales y familiares en salud mental, además de realizar 8 psicoeducaciones para 200 participantes. No obstante, la recuperación de las comunidades desplazadas dependerá en gran medida de los esfuerzos que se hagan para ayudarlos a sobrellevar las dificultades inmediatas en salud, alimentación y albergue.
En total, Médicos Sin Fronteras prestó atención en salud física a 212 personas en el resguardo Turbio Bacao; sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer. Los enfrentamientos no han cesado y han desplazado a 154 familias en el Río Sanquianga hacia Nueva Balza, 29 familias se encuentran en desplazamiento en el municipio de Magüi Payán y más de 3000 personas se han desplazado desde el Río Chagüí hacia Tumaco Urbano. Seguiremos brindando apoyo a todas las comunidades que han tenido que huir a causa de la violencia en Nariño y solicitamos a las instituciones del Estado Colombiano aunar esfuerzos para aliviar el sufrimiento.
*Nombre cambiado por motivos de confidencialidad y protección.