Por Nitin George, responsable de Comunicación de MSF en los campos de refugiados rohingyas de Bangladesh.
De repente, Gaziur deja la conversación por la mitad y una taza de té bien merecida. Con el teléfono en la oreja, musita un ‘lo siento’ y sale corriendo hacia la sala neonatal del Hospital Goyalmara Green Roof de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Ukhia, Bangladesh. Rodeado de campos de arroz, senderos de barro y cabañas de bambú con techos de paja, este hospital especializado atiende a madres y niños rohingyas y bangladesíes.
En la unidad de cuidados intensivos (UCI) neonatales, una bebé recién nacida lucha por respirar. El enfermero supervisor, Gaziur Rahman, y sus compañeros se ponen manos a la obra. De pie, los padres del bebé, unos jóvenes rohingyas, miran con asombro.
Ni siquiera han tenido la oportunidad de poner un nombre a la pequeña. Los miembros del equipo de enfermería se turnan en las maniobras con la unidad de ventilación manual: un método mediante el que se administra oxígeno al paciente empleando un resucitador manual y una mascarilla.
Un oxímetro de pulso digital muestra el ritmo cardíaco y los niveles de oxígeno en sangre del bebé; la lectura, entre 60 y 70% de nivel de oxígeno, no significa nada bueno.
Un médico observa el procedimiento y toma notas. Han pasado 10 minutos. Gaziur no quiere generar falsas esperanzas a los padres del bebé. Será una noche difícil para el equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF). Gaziur habla en voz baja: «El pronóstico no parece bueno«.
A 40 kilómetros de distancia, en la ciudad de Cox’s Bazar, la coordinadora médica de MSF, Jessica Patti, tiene su propio desafío. No es suficiente abrir un hospital y esperar a que lleguen los pacientes. El personal de MSF está tratando de incrementar el conocimiento del centro y de los servicios médicos entre otras organizaciones humanitarias para que deriven los casos con complicaciones.
«Para los recién nacidos los primeros 28 días son críticos: necesitan atención médica tanto preventiva como curativa», explica Patti. «Desafortunadamente, la falta de servicios de salud tanto para los refugiados como para los ciudadanos de Bangladesh puede traducirse en que los recién nacidos tenga un riesgo alto de morir durante el primer mes. Abrimos el hospital Goyalmara para concentrarnos en la atención neonatal y pediátrica, y queremos que los recién nacidos enfermos sean enviados aquí desde otros hospitales para recibir atención especializada».
Derivaciones que salvan vidas
Las derivaciones y traslados son esenciales para evitar muertes. Una eclampsia, una condición en la cual una madre embarazada que sufre de presión arterial alta sufre convulsiones, puede ser mortal tanto para la madre como para el niño.
Las mujeres rohingyas prefieren dar a luz en los entornos privados de su casa con la ayuda de parteras tradicionales de confianza. El tiempo que se tarda en viajar desde los espacios cerrados y estrechos de los campos de refugiados rohingyas hasta un puesto de salud básico y, de ahí, a un hospital materno-infantil especializado puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
“Si los pacientes son transferidos directamente a Goyalmara desde otros centros de salud –dice Patti– se salvarán más vidas”.
De vuelta en la unidad de cuidados intensivos (UCI) neonatal, se ha producido una mejora. El oxímetro arroja niveles más altos de oxígeno en sangre, una señal de que el estado de la recién nacida puede llegar a estabilizarse. Gaziur le frota el pecho que apenas tiene el tamaño de la palma de su mano. La pequeña se mueve ligeramente, un cambio notable cuando hace 15 minutos parecía que estaba sin vida. El próximo objetivo para el personal médico y la familia será que respire espontáneamente y sin ayuda. La madre tiene los ojos llorosos y el padre pasea nervioso fuera de la sala.
La ventana de tiempo para la supervivencia de la pequeña se está cerrando rápidamente. La ventilación por medio de una máscara con bolsa auto expandible puede prolongar la vida de la recién nacida pero, a menos que esta pueda respirar sin ayuda, el flujo de oxígeno resultante podría causar problemas neurológicos y, en última instancia, la muerte.
Si no hay muestras de mejoría, el personal sanitario tendrá que poner fin a la reanimación y explicar con la mayor sensibilidad posible a la familia la probable muerte de su hija. Para las familias rohingyas que han experimentado eventos violentos y traumáticos en su huida desde Myanmar a Bangladesh, perder a otro familiar puede tener un impacto mental inimaginable.
La seguridad que ofrecen los campos de refugiados en Bangladesh no es garantía de supervivencia para numerosos bebés rohingya. Desde la relativa calma del vientre de una madre hasta nacer en condiciones insalubres y masificadas en los campos, las posibilidades de un recién nacido refugiado dependen de que esté protegido ante las circunstancias omnipresentes en emergencias humanitarias de este calibre. Los rohingyas fueron privados de la atención sanitaria en Myanmar. Incluso hoy en día, muchos de los refugiados rohingya en Bangladesh no acceden a atención médica adecuada hasta que es demasiado tarde.
Las razones que pueden estar detrás van desde la existencia de prácticas tradicionales en la comunidad, a la falta de confianza en los centros de salud que no conocen pasando por las dificultades para moverse dentro y fuera de los campos.
En la unidad de neonatología, la bebé muestra signos de mejoría. A diferencia de un niño o un adulto, un neonato no puede expresar dolor o alivio. El personal médico tiene que buscar indicios visuales como el color de la piel, y los movimientos de los ojos y las manos para determinar si está sufriendo o mejorando y para controlar el dolor. Se respira optimismo en la unidad de cuidados intensivos (UCI). Los brazos de la pequeña se mueven con los puños cerrados, como si estuviera preparándose para una pelea. No obstante, Gaziur y su equipo de enfermeras no dejan de bombear la bolsa de oxígeno.