“Leópolis me recibió con un viento frío y el sonido de las sirenas antiaéreas, que me mantuvieron despierta durante mi primera noche en Ucrania. Al día siguiente, ya estaba de camino a Vinnytsia.
Mientras cruzaba el país, estaba claro que las personas estaban preparadas para lo peor, con las carreteras bloqueadas por puestos de control y los sacos de arena protegiendo las casas y los pueblos.
Vinnytsia esperaba la llegada de las personas heridas, pero aún no habían llegado y no estaba segura de si esto era bueno o malo. En cambio, habían llegado las personas desplazadas, principalmente mujeres, niños, niñas y adultos mayores, que llevaban consigo los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de 2014.
Empecé a ayudar al equipo de personas voluntarias que cuidaban a la población desplazada. Las y los voluntarios eran de todas las edades y participaban en todo y para todas las necesidades. Creo que nunca me había encontrado con tanto compañerismo y unidad.
Era como estar en un grupo que se toma de las manos mientras atraviesan un río para resistir una furiosa corriente. No solo las y los voluntarios, sino también los trabajadores sanitarios estaban haciendo un trabajo extraordinario.
Las estaciones del metro de Kiev
Después de estar en Vinnytsia, viajé en tren a Kiev para brindar apoyo a las personas desplazadas que habían pasado un mes hacinadas en lo que generalmente se consideraba un lugar relativamente seguro para refugiarse: las estaciones de metro de la ciudad. El equipo de la clínica móvil de nuestra organización estaba trabajando allí, con una enfermera, trabajadores sociales y dos psicólogos, mi colega ucraniano y yo. Visitamos los refugios, conocimos personas, escuchamos sus historias y nos involucramos en sus vidas.
Una de las personas que conocí fue Helena, la joven madre de Natalia, que acababa de celebrar su quinto cumpleaños en el andén subterráneo. Un voluntario había organizado un pastel de chocolate y algunos globos rosas para alegrar la gris y fría estación de metro.
Escondiéndose en un coche de las bombas
Helena sufría severos síntomas de estrés, que le habían impedido dormir durante tres días completos después de que ocurrieran los primeros bombardeos cerca de su casa. Recogió a su hija y a su perro y se encerró en su auto, soportando el frío durante tres días. Luego se armó de valor para llevar a toda la familia a la estación de metro. «Esa noche, dormí durante seis horas seguidas, estaba tan agotada física y mentalmente», dijo.
Después de unos días, decidió enfrentarse a sus miedos y llevar a Natalia a la casa de su abuelo, pero la situación seguía siendo demasiado peligrosa y, al cabo de unas horas, habían vuelto al refugio de la estación de metro. Esto resultó ser algo bueno porque poco tiempo después, el edificio del abuelo fue alcanzado por el fuego de los morteros. Milagrosamente, el abuelo sobrevivió.
Helena había soportado semanas de miedo y ataques de ansiedad, mientras hacía todo lo posible para proteger a la pequeña Natalia.
“Cuando me enteré de lo que había sucedido en Bucha, me derrumbé”, me dijo. «No puedo ni imaginar lo que habría hecho si le hubiera pasado algo a mi hija».
Un cumpleaños inusual
Varios niños y niñas de diferentes edades estaban allí para celebrar el inusual cumpleaños de Natalia. Maksym, de nueve años, estaba jugando con Andrej, un niño de 13 años con síndrome de Down, que le enseñó cómo lanzar una botella de agua al aire para que cayera en posición vertical.
Maksym es un niño muy inteligente, curioso y valiente. Me hablaba en inglés y se reía de mi pobre conocimiento del idioma ucraniano. Está en el refugio desde los primeros días del conflicto, cuando él y su madre, hermana y su tía huyeron allí en busca de refugio.
La guerra lo asustó, dijo su hermana mayor Oksana, quien describió sus últimas semanas y sus miedos. Maksym dormía muy poco, dijo, y hacía berrinches cada vez que tenía que acostarse en su colchón improvisado. Era sensible a los ruidos fuertes y, por mucho tiempo que pasara jugando a tirar la botella, sus pensamientos inevitablemente se dirigían hacia la guerra.
Oksana también estaba teniendo dificultades y me habló de sus sentimientos con timidez, pero también con alivio. Al ser una adolescente, siente el peso de la responsabilidad por su hermano y una inmensa sensación de soledad, agravada por dos años de pandemia y una guerra en casa. A pesar de lo tarde que era, su historia simplemente fluía a toda velocidad. Interrumpirla habría sido como derribarla. Claramente necesitaba apoyo y nosotros se lo ofrecíamos.
Cuando terminé la sesión con Oksana, me di cuenta de que Maksym seguía de pie, esperando para darme un abrazo muy largo y muy fuerte.
Temor por una madre y un esposo en Donbas
También conocí a Masha, una mujer de 48 años de Donbas. Estando sola en Kiev, escapó de los ataques de 2014 y ahora está reviviendo el trauma por segunda vez. Su anciana madre está atrapada en la zona ocupada y la familia de Masha lleva semanas intentando sacarla de allí. El esposo de Masha ha decidido quedarse en Donbas, donde estaban sus vidas y sus trabajos. A ella le aterra la idea de no volver a verlo nunca más, y le molesta la decisión de su esposo.
Masha me dijo que se sentía sola e impotente; al no saber cómo encontrar una solución o a dónde ir después. No tenía pesadillas pero dormía muy poco y mal. Había perdido el apetito y se estremecía con cada ruido que escuchaba. Lloraba a menudo. A diferencia del conflicto anterior, sentía que esta vez no podría retomar su vida y reconstruirse a sí misma y su futuro. Me miraba con unos ojos tristes que pedían mi ayuda.
Igor solo quiere volver a la escuela
Me encontré con Igor sentado en las escaleras de la estación de metro. Me vio pasar y sonrió tímidamente ante mi saludo. Cuando me acerqué a él, saltó como un grillo y vino hacia mí. Igor tiene 13 años y huyó de Hostomel con su madre, su abuela enferma y dos gatos.
Su casa, que se encuentra en un área que ha estado bajo fuertes ataques, había sido bombardeada. Estaba esperando poder regresar a su casa para poder estar cómodo de nuevo y volver a la escuela.
Igor no hablaba mucho pero sonreía a menudo. Me mostró videos divertidos en su teléfono que mostraban a gatos metiéndose en problemas o haciendo caras extrañas. Así pasaba sus tardes: intentando distraerse con su teléfono y tratando de no pensar.
Una invitación a visitar
Irina y Volodya son una pareja de personas mayores de Hostomel. Su único hijo está en el extranjero y les llama todos los días. Llevan en la estación de metro desde la primera semana e intentan sobrevivir a esta experiencia lo mejor que pueden.
Irina tiene ojos agudos y escrutadores. Cuida de esposo como si se hubieran enamorado recientemente. Intrigada por mi presencia, me hizo muchas preguntas. Revisé su estado físico y mental y, a pesar del cansancio y varios problemas de salud, estaban llenos de esperanza y ganas de volver a su pueblo.
Irina me mostró fotos de su casa, que había sido bombardeada, mientras Volodya me contaba de los días pasados en el refugio. Solo esperan la luz verde del ejército, que se ocupa de despejar la zona, para poder regresar al lugar donde vivieron felices durante tantos años.
Al final de nuestra reunión, Irina y Volodya me invitaron a visitarlos en su casa. Escribieron mi nombre y dirección, insistieron en tomarnos una foto de recuerdo juntos y repitieron mi nombre con una gran sonrisa. Nos despedimos con un abrazo y prometí visitarlos si vuelvo a Ucrania, cosa que haré con mucho gusto.
Finalmente me encontré con María, una joven acompañada por sus padres que son adultos mayores. Mientras exploramos sus miedos, dijo:
“No puedo evitar pensar que las personas que murieron en Bucha nos salvaron la vida. Nos protegieron a Kiev y a mí con sus propios cuerpos y vidas».
Sintió una mezcla de gratitud y culpa, al igual que otras personas que conocí.