En nuestro proyecto en Marsella, Francia, albergamos a 20 menores extranjeros y les brindamos apoyo de forma multidisciplinaria:
- En colaboración con los abogados del Colegio de Abogados de Marsella y la sociedad civil, las y los acompañamos durante el procedimiento prolongado que implica la evaluación de la condición de menor de edad y la posterior decisión judicial.
- Ayudamos a los menores identificados como muy vulnerables, sobre todo a aquellos que tienen patologías físicas, como tuberculosis o hepatitis B, o enfermedades psicológicas, como trastornos psicotraumáticos graves o psicosis.
- Nos centramos en la atención médica en un entorno alentador y priorizamos el acceso a la educación.
Desde el inicio del proyecto en 2020, hemos incorporado a 154 jóvenes a nuestro programa, muchos de los cuales no habían tenido nunca acceso a un control médico o han vivido experiencias traumáticas en sus largos viajes.
Jahan: la historia de un menor no acompañado que caminó más de 6.700 kilómetros desde Afganistán
«Mi nombre es Jahan*. En diciembre de 2022 cumplí 18 años. Ya hace ocho meses que estoy en el refugio de Médicos Sin Fronterass. Llegué a Francia hace aproximadamente un año. Caminé más de 6.700 kilómetros y viajé por 11 países. Mi viaje comenzó cuando tenía 13 años. No sé cuánto tiempo estuve viajando, no lo recuerdo.
Me fui de mi ciudad natal, Tizin, en Afganistán, cuando tenía 13 años. Tizin se encuentra en un valle rodeado de montañas. Hay mucho espacio verde y cabras, y un pequeño río corre por la montaña, junto a mi pueblo. La mayoría de los aldeanos son agricultores. Yo mismo he criado cabras. Es un pueblo pequeño, pero tiene un paisaje hermoso.
Mi padre era policía y muy trabajador. Era un hombre valiente. Murió cuando yo tenía nueve años. Lo asesinaron unos bandidos. Nunca conocí a mi madre. Ella murió cuando nací. Me crio mi hermana, que es 10 años mayor que yo. Cuando decidí irme para buscar un futuro mejor, me acompañó hasta la casa de nuestro primo en Kabul. Me acompañó a la estación y me ayudó a subir al autobús. Nos miramos por la ventana una última vez. Ella lloraba mucho.
Una dura temporada en Irán
Desde Tizin, viajé a Surobi, luego a Kabul y, finalmente, a Nemruza. Desde allí, fui a Irán. En Irán, la vida era muy complicada. A los iraníes no les gustan mucho los afganos, y la policía nos atacaba sin motivos. Nos golpeaba en la calle: nosotros solo estábamos caminando y ellos se acercaban a golpearnos. Nos pegaban con palos directamente en la cabeza. Fue uno de los peores países en los que estuve.
Desde allí, pude trasladarme en mototaxi, pero caminé el resto del camino. No viajé en tren ni en automóvil. A veces, caminábamos por las montañas durante 10 o 12 días sin parar hasta sentirnos agotados. Parábamos en los pueblos. A veces, parábamos en el campo para comer raíces, hierbas y tomates. Cuando teníamos suerte, algunos agricultores nos daban comida.
Después de Irán, fui a Turquía. Allí trabajé seis meses. Como era muy joven, no me pagaban mucho, solo me alcanzaba para mantenerme. Luego, fui a Bulgaria. Desde allí, viajé a Macedonia del Norte. Ese fue otro país en el que recibí muchos golpes de las autoridades de la frontera. Después, fui a Serbia, donde estuve unos cinco meses. Desde allí, intenté cruzar la frontera de Rumania y Hungría, pero no fue nada fácil.
Los maltratos de la policía fronteriza europea
La policía fronteriza es agresiva. Hay barreras por todas partes y perros entrenados para perseguirte y morderte las piernas. Una vez, nos atraparon a mí y a otros jóvenes en Hungría. Los perros nos mordieron la cabeza y las piernas, y la policía nos metió en un automóvil con ventanas polarizadas. Nos filmaron durante toda la operación. Luego, la policía nos llevó a la otra frontera y nos hizo bajar del automóvil. Filmaban todo para demostrar que habían hecho su trabajo.
En las fronteras de Europa, recibí muchos golpes, vi personas que se morían y sufrí mucha violencia.
Vi personas que se morían en la calle. Si sales herido, no hay nada más que hacer. No hay quien te cuide. Es una cuestión de supervivencia: eres tú o la otra persona. No puedes mirar atrás. Vi a una persona caerse delante de mí. Se había desplomado por el agotamiento y las heridas. Nosotros tuvimos que correr para escapar de la policía y no pudimos ayudarla. ¡Es inhumano!
Por eso, decidimos ir a Bosnia y Herzegovina, luego a Croacia y, finalmente, a Eslovenia. En los últimos dos países, sentí alivio. Estaba en Europa, en países seguros donde yo no era un problema. Desde Eslovenia, fui a Italia. Pasé por Milán y Turín. Solo me quedé 10 días en Italia. Después, continuamos el viaje hacia Montpellier, donde me quedé tres días.
Sobreviviendo como migrante en Marsella, Francia
Regresé a Marsella, donde dormí dos noches en Gare Saint-Charles, y no comí nada en ese tiempo. Después, pasé un mes muy complicado. Dormía en una carpa en la calle, no tenía ropa y solo comía tortas que una mujer me daba de vez en cuando. Luego, me derivaron a la Oficina de Bienestar del Menor y me quedé un tiempo en un hotel.
El personal evaluador me dijo que yo mentía sobre mi edad, y otra vez me quedé sin opciones. Me pidieron mi documento de identidad afgano, pero les dije que lo había dejado en mi país. Con la llegada del gobierno talibán, ya no pude pedirles a mis amigos que me enviaran mis documentos. Me enviaron de regreso a la calle.
Conocí a voluntarios de una asociación que me ayudaron a encontrar refugio en albergues solidarios. Una familia de Arlés me alojó varios días. Lo pasé muy bien con una pareja joven. Eran muy amables y comíamos juntos, pero no podían hospedarme por mucho tiempo. Cuando se fueron de vacaciones, un miembro del personal de trabajo social me derivó a un refugio de Médicos Sin Fronteras.
Una nueva vida
Hace ocho meses que estoy con Médicos Sin Fronteras y comencé a asistir a la escuela. Estoy aprendiendo francés, aunque es muy difícil. Ya hablo varios idiomas: pastún, darí, urdu, farsi, hindi, baluchi, turco y francés. Tengo dificultades con el inglés, pero lo entiendo un poco, ya que aprendí algunas palabras en este largo viaje.
Estudio carpintería, y a mi docente le sorprendió que ya supiera construir puertas y ventanas. Aprendí cuando estuve en Turquía, donde trabajé para sobrevivir. Si me esfuerzo mucho y aprendo bien el francés, quizá un día pueda ser policía, como mi padre.
Me encanta el críquet. Es un deporte muy popular en Afganistán. En Marsella, nunca jugué al críquet, ya que no tengo un bate. Me encantaría tener uno y poder encontrar amigos para jugar».