¿Cómo ha cambiado Mali en estos dos años?
La evolución del conflicto no ha sido positiva. Llegué a Mali en febrero de 2015, pocos días antes de que se hicieran públicos los acuerdos de Alger entre el Gobierno de Bamako y varios grupos proindependentistas y progubernamentales del norte que finalmente se firmaron el 20 de junio del mismo año. A pesar de la firma del acuerdo, su implementación se paralizó desde el principio y las hostilidades entre los grupos armados del norte no pararon. Unos meses después, se alcanzó un pacto a nivel comunitario entre los grupos tuaregs en la localidad de Anefis que no se ha traducido en la paz y estabilidad esperada. Desde entonces, la presencia y los ataques de grupos yihadistas han aumentado considerablemente, los conflictos intercomunitarios instrumentalizados por los grupos armados han explotado, y los actos criminales han aumentado sensiblemente. En este contexto, el espacio humanitario se ha visto reducido cada vez más en las regiones afectadas.
¿Cuál es la situación humanitaria en el norte del país?
En Mali no hay una sola crisis, hay una superposición de crisis que podemos definir como una crisis crónica. Si hoy no decimos que hay una crisis humanitaria aguda en el norte del Mali es solo por la baja densidad de población en esta área. Las regiones del norte de Mali representan dos tercios del territorio del país, con una población inferior a dos millones. La mayoría son nómadas así que es fácil que su situación pase desapercibida, aunque sea crítica.
Ahora existe el riesgo de una crisis aguda en el centro del país. Los grupos radicales se han encontrado con un terreno extremadamente favorable en esta zona, marcada por el sentimiento de abandono e injusticia de una parte de la población hacia el Gobierno, al mismo tiempo que los conflictos históricos entre las etnias bambara (tradicionalmente agricultores) y peul (tradicionalmente ganaderos) que no se han solucionado, se han instrumentalizado.
Por otra parte, parece que empieza a haber un cansancio por parte de los actores internacionales en relación a la crisis en Mali y, por ejemplo, la financiación del Plan Humanitario del año pasado apenas llegó al 37%.
¿Ha mejorado la situación de la población en el norte de Mali en estos dos años?
Depende de la zona. En Gao, por ejemplo, el estado que estaba completamente ausente tras la rebelión tuareg de mayo 2014 regresó lentamente a la región a principios de 2015. Sin embargo, su presencia se limita a las ciudades y es casi simbólica en términos de provisión de servicios sociales a favor de la población. Por otra parte, en 2015 había muchos más actores humanitarios y financiación. Ahora, la asistencia humanitaria ha disminuido mucho y el estado todavía no ha podido cubrir las necesidades, sobre todo en la periferia que con frecuencia sigue bajo el control de grupos armados. De esta manera, la población se encuentra en una situación más marginal.
En Kidal, el estado sigue completamente ausente y tras más de cinco años de conflicto armado, la población no tiene más recursos para hacer frente a la crisis. Sin embargo, las organizaciones humanitarias que abandonaron la región debido sobre todo a la inseguridad, han empezado a regresar, entre ellas MSF, y ahora están llegando más actores. Así que, en términos generales, ahora hay más servicios que en 2015, pero siguen siendo insuficientes.
MSF ha publicado un informe sobre la instrumentalización de la ayuda humanitaria por parte de los actores armados ¿Cómo es esta realidad sobre el terreno?
Las dos principales operaciones militares extranjeras en Mali –la misión de la ONU (MINUSMA) y la operación militar francesa Barkhane– usan la ayuda humanitaria para sus objetivos militares y políticas. Hoy se puede ver cómo los militares van a un centro de salud y distribuyen medicamentos, y no lo hacen para responder a una necesidad sino para mejorar su aceptación en beneficio de sus propios intereses.
El riesgo de esta política es enorme para nosotros que dependemos de la aceptación de la población y todos los grupos armados para trabajar. Si somos vistos como colaboradores de una de las partes en conflicto, esta aceptación se puede romper en cualquier momento y entonces podemos ser blancos de los ataques de otros grupos, impidiendo que hagamos nuestro trabajo y atendemos a la población. Por eso, hemos hecho este informe para interpelar a los actores a que se establezca de nuevo una separación entre la ayuda humanitaria y las operaciones y objetivos militares.
¿Nos puedes poner un ejemplo de cómo esta instrumentalización de la ayuda a perjudica a la ayuda humanitaria?
En enero de 2017, fuimos a Douentza, en el centro de Mali, para evaluar la situación humanitaria y ver si era necesaria una intervención por nuestra parte. Pocas semanas antes se habían celebrado elecciones locales. Los militares, como tenían miedo de ser atacados por los grupos armados presentes en la región, decidieron organizarlas en el centro de salud. Finalmente, grupos armados en contra de las elecciones atacaron el centro de salud, el personal abandonó la zona y el centro de salud cerró, privando a la población del acceso a la salud durante un tiempo.
Otro ejemplo es el uso de vehículos no identificados por parte de los militares extranjeros para evitar ser fácilmente identificados y atacados por los grupos armados. Dado que estos vehículos no identificados pueden confundirse con vehículos humanitarios, hay un riesgo real de que los actores armados empiezan a atacar vehículos no identificados pensando que transportan personal militar.
¿Qué proyectos tiene actualmente MSF en el norte del país?
Trabajamos en distrito de Ansongo, en la región de Gao, apoyando un hospital de referencia y un centro de salud. Además, hemos identificado y formado a personas clave dentro de la comunidad nómada para que sean capaces de diagnosticar y tratar las enfermedades más comunes durante los seis meses al año en que esta población migra con el ganado lejos de los centros de salud. Además, en 2016, proporcionamos tratamiento antimalárico preventivo a más de 57.000 niños durante el pico de la enfermedad, al tiempo que implementamos una campaña de vacunación masiva.
En Kidal, apoyamos dos centros de salud en la ciudad y cuatro más en la periferia. El año pasado, en colaboración con las autoridades locales, pudimos implementar una campaña de prevención de la malaria por primera vez en la zona que llegó a más de 16.000 niños.
Finalmente, muy pronto vamos a comenzar un proyecto en la zona de Douentza, en Mopti, apoyando al hospital de referencia de la zona.