Estas son las historias de cinco mujeres que decidieron abandonar la violencia con el sueño de llegar a Europa. Aunque vienen de países distintos, las une una fortaleza arrolladora que supera todo tipo de obstáculos y abusos. Las conocimos cuando cruzaban el Mar Mediterráneo y nos compartieron sus testimonios en nuestro barco de búsqueda y rescate, el Aquarius, el 10 de diciembre de 2017.
Para muchas de ellas, el tiempo a bordo del barco puede ser la primera vez que reciben atención médica en su largo camino. Los testimonios de violación y otras formas de violencia sexual son comunes en el «refugio de mujeres» a bordo del Aquarius.
En 2017, dos de cada tres mujeres y niñas a bordo del barco de rescate eran solteras, lo que las convertía en otro grupo muy vulnerable en el contexto del desplazamiento. Dos de cada cinco de ellas eran de Nigeria, y los informes afirman que muchas están siendo objeto de trata para el comercio sexual en Europa. Entre los ciudadanos nigerianos rescatados en este cruce peligroso hoy es frecuente encontrar más mujeres que hombres.
Los dos o tres días que MSF estamos junto a estas mujeres jóvenes son una breve, pero valiosa oportunidad para alertarlas sobre los riesgos a los que podrían enfrentarse, y para aconsejarlas sobre la asistencia a la que pueden acceder, como la protección en tierra firme.
Kate, 32 años, Costa de Marfil
Tenía tanto miedo, temblaba y lloraba: “¿pero qué hago mal en mi vida?”
“Abandoné mi país porque todo es difícil allá. La vida es dura, la vida es cara, nada funciona. No estaba bien. No dormía más. Tenía pesadillas. Mi madre me habló de Italia y me dijo que en Italia hay paz, trabajo, libertad… todo lo que un ser humano necesita. Decidimos partir. Tomamos un vuelo a Túnez desde donde tuvimos que caminar, a través del desierto, para atravesar la frontera. Una vez que llevamos a Libia, fuimos traumatizadas por los golpes que recibimos de parte de un grupo rebelde. Un día nos subieron a un bote, nos insultaron y nos pegaron antes de dejarnos en el mar. Y luego fuimos salvadas…
Después de 6 meses, un periodista francés vino y nos pidió hablar, pero teníamos miedo, porque si nos veían hablar nos pegaban. Salí de ahí gracias a una mujer libia que buscaba una trabajadora. Me daba de comer y luego comenzó a decir: “¿Italia?”. Yo le decía que no, que quería simplemente volver a casa, pero una noche me subió a su auto y me llevó a la playa y ahí vi el barco. Tenía tanto miedo, temblaba y lloraba: “¿pero qué hago mal en mi vida?”. Los otros me decían que iba a estar bien y que dejara de llorar. Pero las olas empezaron a subir y tuve miedo nuevamente… Eran tan altas las olas y tenía tanto miedo… al cabo de 11 horas, los españoles vinieron a salvarnos y lloré por Dios que me había salvado.
Ahora que estoy viva, solo pienso en encontrar a mis hijos: los dos varones que dejé, muy pequeños todavía, y la pequeña Nadia en Abidjan, que pronto va a tener 9 años…”
Audrey, 29 años, Costa de Marfil
Una noche uno de los hombres que nos cuidaba me violó. Se cubrió la cara con una pañuelo. Todos lo hacen.
“En Costa de Marfil, la mutilación genital femenina está prohibida. Pero mis tías me “la” realizaron cuando tenía 12 o 13 años. Me hizo mucho mal, sangraba mucho. Mi padre no quería, pero mi familia política nos obligó, a mi hermana y a mí. La mutilación elimina el placer, por eso es difícil encontrar un novio después… Sufrí mucho. Cuando finalmente encontré a alguien, quedé embarazada pero tuve un aborto espontáneo a los 9 meses y mi chico me dejó. En ese momento, pensé dejarlo todo, irme a Italia, tener hijos en un país sin riesgo.
Pero en el camino, los problemas se sucedieron. En Libia, me secuestraron y me pusieron en una casa. Disparaban cerca de nuestras orejas, nos golpeaban… Una noche uno de los hombres que nos cuidaba me violó. Se cubrió la cara con una pañuelo. Todos lo hacen. Cuando terminó, estaba tan asustada que tuve mi regla…
Huí y tomé un bote, pero el motor se rompió inmediatamente y no pudimos salir de Libia. Volví a intentar el cruce un mes más tarde, pero los libios nos atraparon y nos llevaron a la cárcel. Ahí también, nos golpeaban, mis compañeras fueron violadas. No habíamos comido nada… Necesitaba dinero para salir de ahí. Fui mi hermana quien me envió algo para salir de ese lugar. Me escondí en la ciudad durante dos meses y luego volví a intentar el cruce: sabía que corría el riesgo de volver a esa prisión si me atrapaban, pero no podía continuar así… Lloraba todo el tiempo.
Pero lo que quiero verdaderamente es ser una gran mujer, una mujer luchadora, una mujer que no baja los brazos.
Tuvimos suerte; el Aquarius nos encontró. Ahora estoy salvada. Yo sé que podría tener una vida normal en Europa. Soy costurera, podría trabajar. Pero lo que quiero verdaderamente es ser una gran mujer, una mujer luchadora, una mujer que no baja los brazos.”
Salam, 34 años, Eritrea
Tenía mucho miedo de que nos violaran, nos mataran o nos vendieran como esclavas.
“Dejé Eritrea hace cuatro años, porque soy cristiana. Los cristianos son perseguidos en mi país. Nos encarcelan. Además tenía miedo del servicio nacional (servicio militar). Soy graduada, entonces huí a Sudán, trabajé en Jartum como institutriz particular durante un tiempo. Y un día decidí partir. Para mí, Europa es una tierra de oportunidades, de paz y de seguridad.
Fui a Libia en auto. Me quedé en una casa con otras personas, durante siete meses. Afuera, en las calles, es como la guerra. A veces venían a la casa a llevarse gente. Nunca me pasó. Quizás porque yo acompañaba a una mujer enferma. Tenía mucho miedo de que nos violaran, nos mataran o nos vendieran como esclavas.
Finalmente, logré subirme a un bote de plástico con 115 personas. Fuimos salvados por Open Arms. Ahora espero que todo mejore. Espero poder continuar mi educación y convertirme en abogada.”
Farida, 21 años, Togo
Me dijeron que llamara a mi madre para pedirle dinero, pero les dije que mi madre no tiene dinero, y me golpearon.
“En nuestro país hay muchos problemas por culpa de los presidentes. La policía te detiene, las peleas, vienen a tu casa… la gente te golpea… yo huí con mi hermana mayor. Mi hermano mayor está en prisión desde hace cinco años, él mismo me dijo de partir. Fuimos a tomar un bus y perdí a mi hermana al principio del viaje. No sé dónde está. Yo seguí. Tomé el bus hasta Agadez y luego estaba en Libia. Me encontré en una habitación donde no tenía para comer y me golpeaban. Me dijeron que llamara a mi madre para pedirle dinero, pero les dije que mi madre no tiene dinero, y me golpearon. Luego un hombre me ayudó a salir y me encontré en un bote hacia Europa. No sé cuánto pagó por mi viaje, pero me dijo que tengo que se lo tengo que reembolsar cuando llegue a Europa. Pasamos toda la noche en el agua, no había visto el agua, tenía mucho miedo. Luego vimos al Aquarius y pensé que finalmente iba a encontrar un lugar donde las personas no te golpean y donde puedes trabajar. Yo puedo hacer todo tipo de trabajos.”
Susan, 25 años, Camerún
Abandoné Camerún a los 17 años, cuando mi madre murió. No conozco a mi padre. Fui a Guinea Ecuatorial para trabajar como servicio doméstico. Luego llegó la crisis y empezaron a expulsar a los extranjeros. Volví a Camerún. Un señor me dijo que podría salir de esta situación yendo a Europa, pasando por Libia. Le di 2000 euros. En principio, esto cubría la totalidad del viaje desde Níger hasta Europa. Tomé un avión hacia Libia. Luego, el amigo de mi contacto explicó que había que partir sobre un pequeño barco. Tuve miedo. Quería volver a casa pero me dijeron que no era posible. “O te vas en barco o mueres aquí”. Al cabo de un mes, atacaron la casa en la que estaba y me llevaron a la cárcel. Me golpearon y me exigieron 800 euros para liberarme. Mi contacto no podía ayudar y no tengo familia. No tenía otra opción que quedarme. A veces, apagaban cigarrillos sobre mi cuerpo y me pedían que les dijera “gracias”, «shukran».
Un día bebieron mucho, aprovechamos para escaparnos con otros. Pero fui arrestada rápidamente por la policía y llevada a un campo. Nos daban una botella de agua y la mitad de un pan por día. No podía utilizar los baños más que una vez por día. Me dijeron que si me acostaba con tres o cuatro de ellos, me liberarían. Cuando me negué, me abofetearon. Un amigo finalmente pagó y fui liberada. Pero el guardia de la casa donde me quedaba me vendió. Afortunadamente alguien se apiadó de mi y me ayudó a salir de ahí y tomar un barco. Era un viernes por la noche, cerca de las 23 horas. Creí que eramos más de 200 en un pequeño bote de plástico. Estaba todo negro. Nos sentamos y empezamos a rezar. El agua entraba poco a poco en el barco, hasta la altura de las caderas. Y luego llegó Open Arms y nos llevaron hasta el Aquarius. Estoy contenta ahora. Es un nuevo comienzo. Espero poder estudiar en Europa y convertirme en auxiliar de enfermería. Desde que soy pequeña, ese es mi sueño.