Cerca de la frontera entre el sureste de República Democrática del Congo (RDC) y la provincia de Luapula, en Zambia, se encuentra el llamado ‘Triángulo de la Muerte’, un área de varios cientos de kilómetros cuadrados entre las provincias congoleñas de Alto-Katanga y Tanganica. El área es conocida por la violencia atroz y los conflictos brutales que la han asolado durante décadas. Su nombre y antecedentes contrastan con el hermoso y exuberante santuario de Luapula.
Las tensiones entre diferentes comunidades, grupos armados y el gobierno estallan regularmente, lo que obliga a miles de personas a huir de sus hogares en múltiples direcciones, dentro de República Democrática del Congo y también hacia Zambia. Tras un estallido de violencia en septiembre de 2017, alrededor de 12.000 congoleños huyeron al otro lado de la frontera y se hallan ahora viviendo en los campamentos de Mantapala y Kenani en Luapula*.
En una región volátil con varias crisis humanitarias en curso, algunas de ellas de gran tamaño, la situación en el norte de Zambia pasa desapercibida. Pero el constante flujo de refugiados desde el ‘Triángulo de la Muerte’ hacia Luapula es un recordatorio de que existe una vieja herida que se reabre una y otra vez, con el riesgo de que el flujo se convierta en algo mayor en cualquier momento.
La gente sigue cruzando la frontera; a veces es una familia de cinco, otros días es un grupo de 50 o más. La mayoría de los refugiados provienen del Triángulo, pero también hay algunos de partes más remotas de República Democrática del Congo, como Kasai o los Kivus, y refugiados de Burundi.
Huyendo del ‘Triángulo de la Muerte’
Esta es la segunda vez que se ve obligado a huir de su casa. Kalunga, un refugiado de 52 años de Pweto (un pueblo ubicado dentro del Triángulo). Pasó 10 años como refugiado en Zambia después de violentos enfrentamientos ocurridos en la ciudad de Moba, antes de regresar a la República Democrática del Congo en 2009.
Kalunga huyó a Zambia por segunda vez en octubre de 2017, con su esposa y siete hijos. «Llegaron [milicianos] a Pweto y comenzaron a matar a gente. Algunos miembros de la comunidad contraatacaron».
Tras marchar de Pweto, Kalunga y su familia caminaron durante horas antes de llegar a la frontera. «No había nadie en el puesto fronterizo cuando llegamos, así que dormimos bajo los árboles esa noche. Nuestro niño pequeño enfermó de malaria y fue ingresado en el hospital durante unos días».
Jonas, un hombre de 34 años de Moba, escapó a principios de año. Tardó un tiempo en tomar la decisión, pero al final no tuvo otra opción. «Mis padres y mis hermanos fueron secuestrados y asesinados. Llegué [a Zambia] con mi esposa y nuestro hijo de dos años». Mientras huían, Jonas fue herido por una flecha.
En respuesta a las necesidades de los refugiados y la población local, comenzamos en marzo de este año a apoyar al Ministerio de Salud de Zambia en dos campamentos, Kenani y Mantapala. Tanto Kalunga como Jonas, enfermeros de profesión, han trabajado como agentes de salud comunitarios de la organización durante los últimos meses.
Hemos operado centros de alimentación nutricional y apoyado un sistema de derivación al hospital local de Sant Paul. Las enfermedades más comunes vistas por los equipos son diarrea acuosa aguda, infecciones del tracto respiratorio y malaria.
Entre marzo y mediados de mayo, se llevaron a cabo más de 6.500 consultas médicas, al menos 92 personas recibieron atención de emergencia y 164 niños menores de 5 años fueron tratados por desnutrición severa. Unos 5.600 niños fueron vacunados contra el sarampión y varios centenares contra el tétanos, la difteria, la tos ferina y enfermedades neumocócicas.
Adaptándose a la vida como un refugiado
Hace algunas semanas, las autoridades locales comenzaron a trasladar a los refugiados desde Kenani al campo de Mantapala, más remoto. Los refugiados son transportados en pequeños autobuses y alojados temporalmente en un centro de recepción con tiendas comunitarias. Luego se les asigna una parcela de tierra y construyen sus propios refugios con madera y plástico, antes de que llegue el siguiente grupo de personas.
Si bien la vida es difícil para los refugiados, algunos han logrado encontrar trabajo con organizaciones humanitarias presentes en los dos campos. Otros hacen lo que pueden; montan pequeños puestos de comida o comercian. No es mucho, pero la capacidad de mantener a sus familias ayuda a las personas a adaptarse a la vida como refugiados.
«Si hay algo que distingue a esta crisis de refugiados de las demás es que las autoridades permiten y alientan a los refugiados a conseguir trabajos como jornaleros. Esto no ocurre en muchos otros lugares», explica Khaled Fekih, nuestro coordinador general en Zambia.
La violencia en el Triángulo no muestra signos de disminuir por el momento. «Cada semana hay información de más incidentes de seguridad en el Triángulo», dice Fekih. «La región se encuentra en un estado constante de inestabilidad». Aunque algunas personas han regresado a sus hogares, para la mayoría de los refugiados que viven aquí en Luapula, no hay posibilidad de regresar pronto.
A mediados de mayo, traspasamos nuestra intervención en Luapula al Ministerio de Salud de Zambia, tras realizar una serie de donaciones de suministros médicos. Seguiremos monitoreando la evolución de la situación para responder en caso de que sea necesario.
Entre enero y marzo, también apoyamos a las autoridades de Zambia en la gestión de casos de cólera dirigiendo un Centro de Tratamiento del Cólera (CTC) en Lusaka y ayudando a los centros de salud en el área de influencia con formaciones a personal y donaciones de material logístico y médico. Nuestros equipos vieron casi 500 casos sospechosos de cólera durante ese período.
*Según datos del ACNUR, Zambia alberga actualmente en todo su territorio a 42.000 refugiados, la mayoría de ellos congoleños.