Historias de mujeres que huyeron del conflicto en el noreste de Nigeria

Altine, la supervisora de matronas en el hospital de MSF en la ciudad de Pulka, Nigeria.Igor Barbero/MSF

Más de 1.7 millones de personas han sido desplazadas debido al conflicto entre grupos armados no estatales y el ejército en el noreste de Nigeria. MSF ofrece atención médica primaria y secundaria en diez localidades del estado de Borno, epicentro de la violencia, y en Damaturu, la capital del estado de Yobe. Estas son las historias de algunas mujeres que hemos conocido y la lucha diaria a la que se enfrentan.

Tiempo para escuchar

Altine es oriunda del estado nigeriano de Katsina. Es comadrona en el hospital de MSF en la población de Pulka, cerca de la frontera con Camerún.

«La mayoría de las personas que viven en los campos para desplazados son mujeres. Muchas de nuestras pacientes tienen complicaciones ginecológicas, generalmente tienen edades comprendidas entre los 12 y los 18 años. A veces tenemos hasta 50 admisiones en una semana en el departamento de maternidad. Algunas mujeres tienen problemas con su embarazo, otras se enferman después de dar a luz.

Tratamos tanto a personas de la comunidad de Pulka como a desplazados. La mayoría de las desplazadas nos dicen que fueron secuestradas, casadas ​​a la fuerza, agredidas sexualmente o sufrieron algún tipo de violencia. A menudo cargan con el peso adicional de un trauma psicológico, y también tratamos casos de enfermedades de transmisión sexual.

La mayoría de los desplazados internos llegaron sin comida y con muy poca ropa. Algunas de las mujeres que han sufrido violencia sexual no están preparadas para hablar abiertamente. No las forzamos porque hace falta dedicar tiempo a escuchar sus historias. Echan de menos a su familia y eso afecta a su autoestima. Dar todo lo que puedo y hacer lo mejor por nuestros pacientes, verlos sonreír y volver a ponerse de pie me produce alegría».

Por fin juntas de nuevo

Hauwa está sentada junto a Amina, de 17 años, una de sus siete hijos. Son de Goshe, un pueblo detrás de las montañas de Mandara en el estado de Borno. La familia vive en un campamento para personas desplazadas en la localidad de Pulka. Madre e hija se reencontraron recientemente, tras haber estado separadas después de que un grupo armado no estatal atacara su pueblo hace unos años. Algunas personas lograron huir pero Amina, que era una adolescente, fue casada a la fuerza.

Cuando comienza a recordar lo que le sucedió, la respiración de Amina se vuelve más rápida. Nos cuenta las dificultades a las que se enfrentó y los meses en los que tenía poco para comer. Amina se está recuperando lentamente de una condición médica difícil. Su hermana menor permanece en Goshe.

Hauwa

«Llegué a Pulka hace un año. La vida era difícil en Goshe, no había comida. Mi esposo, Ali, ya había estado en Pulka por un tiempo. Llegó antes que nosotros, mientras yo permanecía en Goshe con los hijos. Boko Haram invadió el área, aunque los militares los han empujado recientemente hacia las montañas. Hui en dirección a posiciones del ejército y algunos soldados nos trajeron a Pulka.

Tras llegar a esta localidad, nos quedamos durante una semana en el complejo donde MSF dirige un hospital antes de ser trasladados a un campamento para desplazados internos. Recibimos comida, pero no es suficiente. Durante el año pasado, algunas personas que llegaban procedentes de Goshe me decían que Amina seguía con vida, pero que aún no podía marchar. También me decían que estaba enferma».

Amina

«Llegué a Pulka a mediados de mayo y me enviaron a un campo de tránsito para recién llegados. Algunas personas me reconocieron y avisaron a mi madre sobre mi llegada. Me reencontré con ella. Fue un momento muy feliz.

Sabía que no me encontraba bien así que, después de llegar a Pulka, fui directamente a ver a los médicos de MSF. En el hospital, me diagnosticaron una fístula. En el futuro debería ir a Maiduguri (capital del estado) para someterme a una operación, pero estoy embarazada, así que primero tendré que dar a luz al bebé.

Me he sentido débil durante mucho tiempo. Estaba enferma y lejos de mi madre. Tras ser casada, me quedé embarazada por primera vez, pero después de nueve meses de embarazo no podía dar a luz. A pesar de comenzar los trabajos de parto, el bebé no salía. Algunas mujeres me ayudaron y utilizaron sus manos para intentar sacar al feto. El bebé murió. Estuve acostada y sangrando durante una semana. Empecé a tener problemas con mi vejiga. Poco tiempo después me quedé otra vez embarazada pero sufrí un aborto. Ahora solo pienso en ponerme bien».

Pérdida de sustento

Fanta es una mujer de 45 años de un pueblo cerca de Kirawa. Es madre de 16 hijos y ahora vive en Pulka, después de haber huido de su hogar.

«Antes de irme de mi aldea, teníamos muchas vacas a las que ordenábamos para obtener leche. Algunos de mis hijos iban a la escuela, otros ayudaban con otras tareas diarias ya que también teníamos cultivos. Un día, llegaron varios insurgentes y se llevaron a todas nuestras vacas.

Mi esposo marchó hace tres años. Soldados [del gobierno] en un ataque conjunto desde Camerún se llevaron a algunos hombres de la aldea. Un pariente me dijo que mi esposo pudo haber muerto, pero no estamos seguros de ello. Como no me quedaba nada en la aldea, decidí irme y los militares me ayudaron a llegar a la localidad de Pulka. Me volví a casar y he tenido tres hijos, incluidos dos gemelos, con mi esposo actual. Mis hijos mayores están dispersos por Nigeria y algunos de ellos viven en Lagos (la ciudad más grande del país).

En Pulka vivimos en una casa. Afrontamos problemas para obtener alimentos porque he extraviado la tarjeta [que las personas tienen para acceder a servicios básicos]. Durante los últimos cuatro meses la vida ha sido complicada. He tenido algunos dolores abdominales, por eso he venido al hospital de MSF.

Cuando pienso en el pasado y comparo mi vida ahora a cómo era antes me da dolor de cabeza. Solía ​​tener joyas, muebles… Ahora estoy durmiendo sobre una lona de plástico. No sé lo que deparará el futuro, pero soy optimista: algún día habrá paz».

 La vida en el bosque

Tennysoen tiene 31 años y ya es viuda. Tiene cinco hijos con edades comprendidas entre los once meses y los 14 años. Su hijo más joven se llama Yahaya.

Tennysoen solía vivir en Gwoza, pero un día, mientras cultivaba en las afueras de la ciudad, se quedó atrapada en un territorio controlado por grupos armados no estatales. Pasó los siguientes tres años en el bosque de Sambisa hasta mediados de mayo, cuando huyó y logró volver.

«Habíamos ido a la granja y entonces nos quedamos atrapados en el bosque. Mi esposo, un hombre mucho mayor, era agricultor en un pequeño pueblo con una población de aproximadamente 50 personas. Murió hace cuatro meses debido a problemas de presión arterial alta. No había atención médica adecuada ni medicamentos disponibles en el bosque de Sambisa. Solo había una pequeña tienda donde se vendían medicamentos básicos como paracetamol.

Mi esposo se sintió mal durante dos días y murió de repente. Estaba tumbado bajo un árbol ya que unos bombardeos recientes del ejército habían destruido algunas casas y no teníamos donde quedarnos. Algunos soldados que vinieron a pie también quemaron casas pensando que todos los que viven en el bosque estamos con Boko Haram. Era muy difícil vivir allí y a menudo pasábamos hambre. Algunas personas murieron por inanición. Los niños se enfermaban de sarampión. En un momento ya no podíamos cultivar, así que recogíamos vegetales en el bosque. Obteníamos agua de un pozo.

Marché del bosque por la noche y caminé hasta llegar a Gwoza. Estaba muy lejos y me llevó 12 horas caminando con mis hijos. Usé mis instintos para encontrar el camino. La gente del campo de desplazados me dio algo de ropa. No tengo dinero ni comida. Me estoy quedando en una tienda comunal. No sé cuándo conseguiré una tienda familiar.»

Hauwubuka  tiene 30 años y es madre de dos hijos: Sadia de seis años e Idna de un año. Su esposo es refugiado en Camerún. Ella vive en el centro de tránsito para desplazados recién llegados en la localidad de Gwoza, adonde llegó a mediados de mayo.

«Vivíamos en el monte, en el bosque de Sambisa, en un lugar grande pero con poca gente. Había más de 100 casas y no había servicios públicos. Si te enfermabas, tenías que buscar hierbas en el bosque y tratar de curarte en casa. Un método tradicional es cortar y hervir las limas. Solíamos recoger y comer vegetales y hojas de los árboles.

No vivíamos junto a los miembros de Boko Haram: ellos estaban al otro lado del río. Nos pedían parte de los cultivos que recolectábamos. Nos marchamos y llegamos a la ciudad de Gwoza. El viaje duró tres semanas. No hemos recibido ningún alimento desde que llegamos. Una mujer me dio un recipiente con maíz. Mi madre todavía está en el bosque y mi vida está en manos de Dios».

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