Cuando se ingresa a la Casa Migrante Guadalupe, un albergue temporal para migrantes en Reynosa, México, lo primero que se puede notar es la tristeza y la ansiedad en los rostros de quienes se están allí. Muchos fueron deportados recientemente de los Estados Unidos o se les negó la entrada.
La situación de cada persona en la Casa Migrante Guadalupe y en el Instituto Tamaulipeco para los Migrantes es diferente. Algunos huyeron de sus hogares para escapar de la violencia. Esperaban un futuro mejor, pero ese anhelo desapareció cuando no pudieron llegar a sus destinos finales.
Otros habían vivido por muchos años en los Estados Unidos antes de ser deportados. Fueron obligados a dejar atrás toda su vida. Algunos intentan volver a conectarse con miembros de la familia que no han visto en mucho tiempo, si tienen la suerte de conservar alguna conexión con sus familiares en México.
Pablo es una de esas personas deportadas*. Había vivido en los Estados Unidos durante más de 20 años antes de ser deportado a México, un país que abandonó hace mucho tiempo y en donde ahora debe intentar reconstruir su vida.
«Viví en Alabama por más de 20 años. Un día se me hizo una acusación falsa, que no se pudo demostrar, pero aún así me deportaron a México. Mi familia se quedó en los EE.UU. Mi plan es regresar a Veracruz, en México, y ver a mis hermanos de nuevo».
Para cada persona, el viaje en busca de una vida mejor es complicado y peligroso. En una encuesta recientemente realizada por MSF, el 98 por ciento de los migrantes encuestados en Reynosa había vivido una situación violenta. Las situaciones más comunes fueron el robo, el secuestro y la extorsión durante su viaje o justo antes de abandonar su país de origen.
Ruth*, madre de cuatro hijos, salió de Honduras hace cinco meses para escapar de una vida de violencia cotidiana. Su esposo fue secuestrado y aunque fue liberado, su familia tuvo que huir porque sus vidas corrían peligro. Su viaje ha sido muy difícil; tuvieron que dormir en la calle y se enfrentaron a agresiones, pero MSF ha podido ayudarlos con la atención médica y psicológica.
«Como migrantes, arriesgamos todo. Es una situación de ganar o perder. Es muy difícil salir a la carretera, pero nos vimos obligados a hacerlo debido a la violencia y la falta de oportunidades que hacían casi imposible vivir en Honduras».
Aunque sus historias pueden diferir, lo que todos los pacientes que MSF atiende tienen en común, es que su salud mental se ha visto afectada por la incertidumbre y el temor de lo que va a ser de ellos y, para algunos, el temor por quienes se quedaron atrás en los Estados Unidos o en sus países de origen.
“Debido a lo que han vivido, llegan ansiosos, con mucha tensión muscular y problemas para dormir. Están muy preocupados porque no tienen familia aquí o han perdido el contacto con ellos. Dejaron México cuando eran muy jóvenes y sus familias están en Estados Unidos. Su futuro no está claro. Diagnosticamos pacientes con ansiedad y depresión debido a la separación y a la pérdida de una vida estable”, dice Nora Valdivia, psicóloga del proyecto de MSF en Reynosa.
Todos los sueños de las personas que han sido deportadas desaparecen cuando llegan a México. Muchos desconocen por completo las leyes, la moneda, las costumbres e incluso el idioma. Y en muchos casos, han pasado por prolongados procesos de deportación.
“Vemos a pacientes que sufren de ansiedad causada por detenciones que muchas veces alcanzan muchos meses, a veces hasta un año entero en centros de detención. Durante su tiempo allí, desarrollan síntomas que afectan su salud mental. Y en el caso de las mujeres, especialmente las que intentaban cruzar la frontera, también atendemos casos de violencia sexual”, agrega Nora Valdivia.
* Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los paciente.