Has estado trabajando en el sector humanitario durante muchos años, tanto en el terreno como en las oficinas. Pero, ¿qué te hizo trabajar para Médicos Sin Fronteras en primer lugar?
Había oído sobre Médicos Sin Fronteras (MSF) en las noticias en Argentina cuando estaba en la escuela secundaria y me pareció que era una organización increíble. Sin embargo, en ese momento, pensé que tenía que ser médica o enfermera para trabajar allí.
En la universidad, estudié Economía y, después de graduarme, trabajé algunos años en una empresa multinacional en Buenos Aires. Aunque el trabajo me gustaba, ya en ese entonces sabía que no quería seguir desempeñándome en una firma privada por el resto de mi vida.
Así que decidí viajar a Barcelona y hacer un Máster en Estudios Internacionales. En uno de los talleres a los que asistí, una trabajadora humanitaria vino a hablarnos sobre sus experiencias y sobre el alivio al sufrimiento de poblaciones en crisis que proporcionaba a través de su trabajo y el de sus colegas. También nos explicó acerca de los diferentes perfiles profesionales que se requerían, y que no eran sólo sanitarios. En ese momento, estuve segura de que quería formar parte de una organización humanitaria como MSF y, cuando terminé el Máster y volví a Buenos Aires, seguí todos los pasos para tratar de ingresar.
¿Podés contarnos acerca de una experiencia inolvidable en el terreno?
Es difícil elegir una sola porque tengo muchas experiencias que jamás olvidaré, pero creo que una de las más importantes y conmovedoras para mí fue en Malakal, Sudán del Sur. Sucedió a principios de 2014, cuando comenzó la emergencia. La ciudad de Malakal fue escenario de ataques y enfrentamientos, luego del estallido del conflicto interno que se había ido extendiendo a lo largo de todo el país en las últimas semanas de diciembre del año anterior, y cuyas consecuencias aún hoy continúan afectando a la población.
Como no teníamos un equipo grande, quienes no éramos médicos (yo era la coordinadora financiera) hacíamos turnos para acompañar al personal sanitario en los recorridos nocturnos por el hospital. La primera vez que fui, mientras la médica atendía a los pacientes, vi a una pequeña niña que estaba sentada en su cama. Tenía la mirada triste, perdida. Intenté hablarle pero no me miraba, así que me senté a su lado y le acaricié el cabello hasta que se durmió. Al día siguiente volví al hospital y les pregunté a los enfermeros locales por el nombre de la niña, su edad y qué le pasaba. Me dijeron que se llamaba Achuei, que tenía alrededor de 9 años (por su estado, yo había pensado que tenía 5) y que se encontraba allí por desnutrición, pero que estaba sola porque había perdido a su padre en el conflicto y su madre estaba en otra sala con tuberculosis avanzada. Empecé a ir casi todos los días para acompañar a Achuei a la hora de acostarse. Le hablaba (aunque sabía que no entendía lo que le estaba diciendo) y ayudaba a los enfermeros a alimentarla, porque se rehusaba a comer. Después de algunos días me miró a los ojos y me tomó de la mano mientras se dormía. Comenzó a recuperarse día tras día. Después de algunas semanas, estaba corriendo con el resto de los niños, era la estrella del hospital. Pasaron casi 6 años desde entonces y a menudo me encuentro pensando en ella, deseando que esté creciendo de manera saludable en un país que sigue atravesando una situación de conflicto tan difícil.
¿Cómo proyectás el aporte de esta oficina en los próximos años?
Si bien puedo prever algunos desafíos en los próximos años, también puedo ver grandes oportunidades para fortalecer a nuestra organización con los aportes de esta parte del mundo, y para adaptarnos mejor a lo que nos depara el futuro.
Me gustaría que desde nuestra oficina continuemos trabajando para llamar la atención sobre las crisis humanitarias que se desarrollan en todo el mundo y en las que MSF interviene: contribuir a dar voz a nuestros pacientes, a las poblaciones a las que atendemos, a través de los medios y de las redes sociales. También espero que, como hasta ahora, podamos seguir incrementando el respaldo público hacia MSF: animar a que nuestros socios, seguidores y colaboradores continúen alzando su voz e indignándose junto a nosotros, ayudándonos a compartir las noticias y los mensajes sobre las emergencias humanitarias, actuando como cajas de resonancia y portavoces de las situaciones que nuestros equipos experimentan cada día en los proyectos.
También me gustaría que nuestra oficina continúe siendo reconocida por el valor agregado que proporciona a MSF: profesionales formados y experimentados de esta región que trabajan en nuestros proyectos médico-humanitarios, y donantes comprometidos que ayudan a respaldar el trabajo que hacemos en todo el mundo.
Finalmente, claro, quiero seguir promoviendo los valores de transparencia, independencia, profesionalismo y humanitarismo, que representan aspectos clave de MSF.
¿Cuándo te sentís más feliz?
Me siento más feliz cuando trabajo con personas comprometidas con nuestra misión como organización. Me encanta trabajar con personas de diferentes orígenes, con gente muy profesional, tanto con aquellas que son muy jóvenes y llegan con ideas innovadoras que desafían el statu quo, como con quienes han estado trabajando en MSF por mucho tiempo y pueden asesorarnos desde la experiencia. Me encanta que nuestro trabajo pueda tener un impacto positivo en las personas a las que asistimos. Me encanta (y lo intento mucho) recordar siempre para qué estamos aquí, por qué decidimos ser parte de una organización tan increíble: para aliviar el sufrimiento de quienes más lo necesitan.
¡Y estoy feliz cuando podemos organizar un partido de fútbol (soy una gran aficionada de ese deporte) luego del trabajo para poder relajarnos y reírnos después de los largos días laborales!