El 23 de noviembre de 2020 por la mañana llegaron camiones al campo de Laylan, en la gobernación iraquí de Kirkuk, preparados para trasladar a los residentes a sus zonas de origen en otras regiones de Irak.
Las personas residentes del campo expresaron su temor de ser devueltas contra su voluntad al personal de Médicos Sin Fronteras (MSF) que brinda atención médica en el campo. MSF está profundamente preocupada por las consecuencias humanitarias de los cierres apresurados de los campos para las personas desplazadas, ya vulnerables, sin antes ofrecer una solución segura y sostenible.
Desde octubre de 2020, alrededor de 25.000 iraquíes que viven en campos formales para personas desplazadas han sido devueltos a sus áreas de origen, mientras el gobierno de Irak comienza el proceso de cierre de campos. Mientras que para muchas personas regresar a casa es un sueño hecho realidad, para otras la inseguridad, la falta de refugio y la ausencia de servicios que les esperan hacen del cierre de estos campos una pesadilla.
“Incluso si quieren cerrar el campo, no deberían enviarnos a nuestras áreas de origen ahora”, dijo una mujer al personal de MSF. “Necesitan brindarnos seguridad. Debido a muchos problemas tribales y a la inseguridad, muchas personas no pueden regresar a sus pueblos”.
En algunos casos, las personas repatriadas se enfrentan a posibles actos de violencia y arrestos en sus zonas de origen si se sospecha que están afiliados al grupo Estado Islámico (EI). El estigma en Irak contra cualquiera con sospecha de tener vínculos con el grupo EI hace que algunas personas teman mucho por la seguridad de sus familias. “Cuando algunos de mis vecinos regresaron, fueron agredidos verbalmente y tuvieron que esconderse de la población local, tenían miedo de resultar heridos”, agrega la mujer.
Más de 7.000 personas viven actualmente en el campo de Laylan, la mayoría de ellas mujeres y niños. El campo se estableció en 2014 después de que estallara el conflicto en varias ciudades iraquíes como Hawija y Salah Al-Din, obligando a muchas personas a huir de sus hogares. Varios residentes del campo dijeron a MSF que no tenían nada a lo que regresar.
“Nuestra casa ha sido destruida”, dijo una mujer.
“Tenemos niños pequeños y no sabemos cómo nos las arreglaremos si nos envían de regreso. El clima es cada vez más frío. No tenemos salario para alquilar una casa para mantenernos seguros y calientes. El campo de Laylan es seguro para nosotros y tenemos agua y electricidad. Si nos envían de regreso, no tendremos agua ni electricidad. ¿Cómo podremos arreglárnoslas sin estos servicios en nuestra vida diaria? «
Muchos residentes también dependen de la atención médica que reciben dentro del campo, mientras que el acceso a la atención médica para las personas desplazadas fuera del mismo es limitado.
“MSF está tratando a 300 pacientes con enfermedades no transmisibles (ENT) en el campo; son personas que requieren tratamiento y cuidados ininterrumpidos de por vida”, dice Gul Badshah, jefe de misión de MSF en Irak.
“Con este cierre apresurado, MSF no tiene tiempo para proporcionar medicamentos para un periodo de tres meses a los pacientes, que les duren hasta lograr acceder a otro centro de salud; ni para preparar los expedientes médicos que necesitan para inscribirse en otro programa para tratamiento de ENT en su área de regresar sin interrumpir su tratamiento».
La pandemia de COVID-19 es otra preocupación para los equipos de MSF. “Nos preocupa que los pacientes tengan que mudarse del campo en medio de la pandemia de COVID-19”, explica Badshah. “Hay ocho casos confirmados de COVID-19 en el área de aislamiento. No está claro cómo se trasladaría a los pacientes ni qué tan rápido tendrían acceso a la atención médica».
Desde Médicos Sin Fronteras instamos a las autoridades iraquíes a reconsiderar su decisión de cerrar inminentemente el campo de Laylan y garantizar que los futuros retornos se realicen de una manera más transparente, voluntaria, segura y digna.